6 abr 2014

Volver a ser desconocidos.



La eterna paradoja de volver a ser desconocidos otra vez, no es sino ese momento que hace que después de haber compartido algo más que mesa y mantel, llegue la hora de deshacer lo compartido, y disolver un régimen de vida que otrora parecía indisoluble. De repartir lo que queda de los restos de un naufragio entre dos partes, que a partir de entonces volverán a ser desconocidas. De resignarse a tirar a la basura un proyecto que nació con visos de futuro, y acabó durmiendo en lo más hondo del cajón de la mesa del despacho del olvido; que es donde habitan las causas perdidas.

Volver a ser desconocidos, supone meter en una caja cualquier signo de vida inteligente que te recuerde que aquello existió. Desterrar todos esos recuerdos a un fondo del mar imaginario, y esperar que pase el tiempo para poder hacer un guiño al pasado una tarde de domingo cualquiera. Como si las tardes de domingo tuvieran un efecto terapéutico en la memoria, y en ellas fuera posible recordar sin mostrar síntoma alguno de flaqueza.

Ese desconocimiento, tan repentino como injustificado, que supone el final de lo que hubo, conlleva de facto la obligación legal de borrar su número de teléfono (no sin antes comprobar que te lo sabes de memoria), y apuntarlo en la moleskine en una fecha al azar, como por ejemplo la de su cumpleaños. Implica crear una nueva carpeta en “mis imágenes” y meter en ella todas esas fotos que os hicisteis sin pensar que quizás aquello, algún día acabaría. Todas esas que tomasteis, cuando aún teníais la esperanza, de no llegar nunca jamás a ser un recuerdo, el uno para el otro.

La vuelta a la ignorancia de aquello que de sobra has conocido, que es tanto como el desconocimiento de aquello que te fue propio, no es más que el principio de lo que a partir de entonces será empezar de nuevo a conocer; aun a riesgo de que un día –y vaya usted a saber por qué- te toque volver a ser, otra vez, un perfecto desconocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario