La eterna paradoja de volver a
ser desconocidos otra vez, no es sino ese momento que hace que después de haber
compartido algo más que mesa y mantel, llegue la hora de deshacer lo
compartido, y disolver un régimen de vida que otrora parecía indisoluble. De
repartir lo que queda de los restos de un naufragio entre dos partes, que a
partir de entonces volverán a ser desconocidas. De resignarse a tirar a la
basura un proyecto que nació con visos de futuro, y acabó durmiendo en lo más
hondo del cajón de la mesa del despacho del olvido; que es donde habitan las causas
perdidas.
Volver a ser desconocidos, supone
meter en una caja cualquier signo de vida inteligente que te recuerde que
aquello existió. Desterrar todos esos recuerdos a un fondo del mar imaginario,
y esperar que pase el tiempo para poder hacer un guiño al pasado una tarde de
domingo cualquiera. Como si las tardes de domingo tuvieran un efecto terapéutico
en la memoria, y en ellas fuera posible recordar sin mostrar síntoma alguno de
flaqueza.
Ese desconocimiento, tan
repentino como injustificado, que supone el final de lo que hubo, conlleva de
facto la obligación legal de borrar su número de teléfono (no sin antes
comprobar que te lo sabes de memoria), y apuntarlo en la moleskine en una fecha
al azar, como por ejemplo la de su cumpleaños. Implica crear una nueva carpeta en “mis
imágenes” y meter en ella todas esas fotos que os hicisteis sin pensar que
quizás aquello, algún día acabaría. Todas esas que tomasteis, cuando aún teníais la esperanza, de no
llegar nunca jamás a ser un recuerdo, el uno para el otro.
La vuelta a la ignorancia de
aquello que de sobra has conocido, que es tanto como el desconocimiento de aquello que te fue propio, no es más que el principio de lo que a
partir de entonces será empezar de nuevo a conocer; aun a riesgo de que un día
–y vaya usted a saber por qué- te toque volver a ser, otra vez, un perfecto
desconocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario