Cada semana tiene un día en el
que, durante unas horas –a veces minutos, o incluso sólo segundos- bajo la
guardia y permito que determinados recuerdos de un pasado feliz vuelvan a mi
cabeza. A veces –las menos- esas imágenes se me atragantan y me sumen en una
especie de espiral de desconsuelo que dura lo que tardo en conseguir quedarme
dormido; momento en el que –con suerte- soy capaz de soñar y recordar al día
siguiente lo soñado. Otras veces (las más, de un tiempo a esta parte), me basta
con un simple pestañeo mental para convencerme a mí mismo de que el futuro no
sólo es un algo lejano, sino un vaya-usted-a-saber-qué apasionante.
Ocurre que de un tiempo a esta
parte he empezado, no a comprender pero sí a comprobar, que el tiempo –valga la
redundancia- tiene esa propiedad tantas veces predicada de sí mismo: es
terapéutico. Y aunque reconozco que sus efectos no se muestran tan rápido como
en muchas ocasiones me habría gustado, lo cierto es que, como si de un médico
con bigote se tratara el muy constante, consigue que determinadas decepciones –que
parecían eternas- pierdan la batalla contra la intranscendencia.
El paso de los segundos me permite,
llegado a un punto concreto, parar el mundo un instante –o dos, si el instante
es pequeño- y observar; como si el momento actual fuese la cima del Rockefeller
Center, y el resto de la ciudad de Nueva York fuera el pasado visto a través de
esos binoculares grises de pago que enfocan más allá del metacrilato
transparente –ese que separa la tierra firme del vacío-.
El tiempo (que pasa más bien
deprisa), si bien no elimina esos momentos pretéritos, otorga la perspectiva necesaria para
observarlos desde un punto de vista diferente a aquel del que gozaba cuando se generaron. De este modo se
deduce que dado que son los recuerdos quienes observan con permanente
inmutabilidad el giro de las manillas, no son éstos los que cambian, sino
nosotros.
Así, es esa perspectiva y no
otra, la que ha conseguido que de cuando en cuando me permita esbozar una
sonrisa al recordar que otrora –aunque no por mucho tiempo- viví momentos de
esos que, si bien en algún momento fueron duros de recordar, desde hace ya algún
tiempo, son dignos de permanecer en mi memoria.