Voy a decir unas cuantas obviedades que de vez en cuando se
olvidan.
Que los cretinos (y las cretinas, para que no me acusen de
sexista) han existido siempre es algo que no voy a redescubrir yo ahora.
Parece, sin embargo, que con el auge de las redes sociales, se le ha dado un
megáfono a personas cuyas opiniones antaño no habrían pasado de meras chorradas
sin trascendencia. Internet, y su falta de regulación, han supuesto un púlpito
maravilloso para un montón de gilipollas con una terrible necesidad de alimentar
su ego a golpe de clics. Desertores del arado con un ordenador o un teléfono a
mano que escriben, amparándose en la libertad de expresión, barbaridades
totales.
Es curioso, pero gran parte de la culpa de este aumento
exponencial de wannabes de canalla la
tienen precisamente aquellos que tanto se escandalizan con todas esas
tonterías. Lo que otrora no habría pasado de una mera gilipollez, ahora genera
una bola de nieve que le da publicidad al exabrupto, y acaba consiguiendo
precisamente lo que quiere el tonto de la gorra: protagonismo. Es entonces
cuando el comentario en cuestión deja de ser una pelusa del desierto que
transita en la inmensidad de un pueblo fantasma, y acaba saliendo publicada en
technicolor en las pantallas de Times Square. Ocurre día sí, día también, en
Twitter.
Reconozcámoslo, no todo el mundo debe tener el privilegio de
ofender. No todas las opiniones tienen el mismo valor, por mucho que la
corrección política se afane en repetir eso de “todas las opiniones son igual
de válidas”. No, no lo son. Y el acto de responder a un idiota implica una
legitimización de su opinión, un otorgarle una cierta inteligencia a aquel que
está emitiendo el rebuzno en cuestión; algo que en bastantes ocasiones es mucho
decir. Así es que, quizás sea el momento de dejar de rasgarse las vestiduras
con las bobadas que se leen por la red, de dejar de dar importancia a tanto
palmero vestido de Lagarterana que no dice más que sinsentidos.
Que parece que a veces se olvida algo tan obvio como que
los tontos acostumbran a decir tonterías.