9 oct 2016

Los tontos dicen tonterías.

Voy a decir unas cuantas obviedades que de vez en cuando se olvidan.

Que los cretinos (y las cretinas, para que no me acusen de sexista) han existido siempre es algo que no voy a redescubrir yo ahora. Parece, sin embargo, que con el auge de las redes sociales, se le ha dado un megáfono a personas cuyas opiniones antaño no habrían pasado de meras chorradas sin trascendencia. Internet, y su falta de regulación, han supuesto un púlpito maravilloso para un montón de gilipollas con una terrible necesidad de alimentar su ego a golpe de clics. Desertores del arado con un ordenador o un teléfono a mano que escriben, amparándose en la libertad de expresión, barbaridades totales.

Es curioso, pero gran parte de la culpa de este aumento exponencial de wannabes de canalla la tienen precisamente aquellos que tanto se escandalizan con todas esas tonterías. Lo que otrora no habría pasado de una mera gilipollez, ahora genera una bola de nieve que le da publicidad al exabrupto, y acaba consiguiendo precisamente lo que quiere el tonto de la gorra: protagonismo. Es entonces cuando el comentario en cuestión deja de ser una pelusa del desierto que transita en la inmensidad de un pueblo fantasma, y acaba saliendo publicada en technicolor en las pantallas de Times Square. Ocurre día sí, día también, en Twitter.

Reconozcámoslo, no todo el mundo debe tener el privilegio de ofender. No todas las opiniones tienen el mismo valor, por mucho que la corrección política se afane en repetir eso de “todas las opiniones son igual de válidas”. No, no lo son. Y el acto de responder a un idiota implica una legitimización de su opinión, un otorgarle una cierta inteligencia a aquel que está emitiendo el rebuzno en cuestión; algo que en bastantes ocasiones es mucho decir. Así es que, quizás sea el momento de dejar de rasgarse las vestiduras con las bobadas que se leen por la red, de dejar de dar importancia a tanto palmero vestido de Lagarterana que no dice más que sinsentidos.


Que parece que a veces se olvida algo tan obvio como que los tontos acostumbran a decir tonterías.