21 may 2014

No quiero.



10 de octubre de 2013. 

"No quiero ir al templo de Debod ni caminar contigo de la mano por Madrid. No quiero mostaza, si no es de Dijon; ni café con leche con un único sobre de azúcar (y sin un vaso de agua). No quiero echar un queso que no pegue a la hamburguesa. Ni comérmela sin ti.

No quiero pizzas con queso de cabra y mermelada de tomate. Ni sushi, ni sashimi. Ni salsa de soja. Ni quiero seguir teniendo la sensación de haberte dejado escapar. Ni seguir preguntándome qué habrá sido de ti.

No quiero girar una esquina en Madrid con el miedo de encontrarte al doblarla. Ni confundir de espaldas a cualquiera que se te parezca.

No quiero viajar a París, si te apetece reservarlo para alguien especial. No lo necesito. No quiero que me des explicaciones, ni quiero compromisos más allá de mañana. No me hagas firmar un bono semanal si vas a dejarme al tercer día.

No quiero que dejes de hacer cosas por mí en la medida que sigas queriendo hacerlas. No necesito que me escribas cada día si no te apetece. No quiero.

Pero de vez en cuando me gustaría saber algo de ti. Que estás bien. Que te siguen dando miedo las arañas (y asco las polillas). Que sigues escuchando buena música, y soñando con aquel bolso de Chanel.

Y todo porque esta mañana al pasar por Alonso Martínez me pareció verte saliendo del metro."

19 may 2014

Pierde.



Pierde quien espera sin respuesta, en la puerta de una embajada cualquiera, un salvoconducto que conduzca hasta tu boca. Quien decide no arriesgarse a intentar lo que a priori parece imposible por el miedo a fracasar. Aquel que se niega a vivir algo por temor al vacío de después. Pierde quien no sabe lo que tiene y lo deja escapar como si nada. Quien no sonríe un lunes sin motivo. Aquel que duda de si mismo por el miedo al qué dirán.

Pierde de antemano aquel que tiene miedo a caer derrotado sin mostrar si quiera oposición. Quien se rinde cuando aún le quedan fuerzas, sólo porque llega tarde a una cita con la vida. Aquel que rehúye sus obligaciones de forma mezquina y mentirosa. Pierde quien no otorga nunca a los demás el beneficio de la duda. Quien mira por encima del hombro al resto, y pierde más aún quien cree tener motivo para ello.

Pierde quien olvida antes de tiempo por orgullo. Quien no dice lo que siente a esa persona por temor a que no exista reciprocidad de sentimientos. Aquel que niega una oportunidad después de un tiempo, porque cree que nunca cambiaremos. Pierde quien se conforma, quien no lucha por lo que desea. Quien no es capaz de sobreponerse al primer no. Aquel que abandona, con o sin razón, porque cree que no hay remedio que lo arregle.

Pero sobre todo, pierde aquel que nunca acaba de empezar, simplemente porque tiene pavor a los finales.

15 may 2014

Es algo personal.



Ahora que este texto ya ha prescrito, y que aquello de lo que habla me acompañará para siempre, me apetecía compartir con el mundo una de las cosas más emocionantes -y emocionadas- que he escrito jamás. Sé que aquello de lo que habla es un buen recuerdo porque mientras lo leo, no puedo dejar de sonreír. Y dice así:

“Me gustas cuando apartas en el plato un trozo de comida y lo dejas para el final, porque crees que es la mejor parte, la que te dejará buen sabor de boca. Cuando me dices que hagamos pizza, o que te gusta mi tortilla de patatas, aunque ese día no esté muy inspirado. Me gustas cuando me dices lo mucho que darías por estar en La Tasquita bebiendo Dorada y comiendo papas con mojo. Cuando te dejo sola un momento en la mesa, y al regresar me dices que se ha subido una gallina y se ha comido mis patatas. Me gustas cuando te digo que he probado los cinnamon rolls, y te falta tiempo para buscar la receta y hacerlos tú.

Me gustas cuando me mandas un mensaje para darme los buenos días, cuando me mandas esa canción que desde aquel viaje es sólo nuestra. Me gustas cuando insistes en que hagamos algo, cuando no desistes de mí por muy difícil que te lo ponga. Cuando me avasallas hasta que finalmente consigues quedar conmigo, por muy ingrato que sea intentarlo muchas veces. Por muy complicado que sea soportarme. Me gustas cuando me envías fotos de osos panda, o cuando me llamas a escondidas de tu madre, para que no sepa que estás hablando conmigo, porque ella sabe que soy tóxico para ti. Y te quiere proteger.

Me gustas cuando hace sol y tienes frío. Cuando te llevo a desayunar churros con chocolate y apenas llegas a la barra. Cuando te despiertas antes que yo, y te quedas en mi cama viendo como duermo, hasta que te hartas y terminas por despertarme. Me gustas cuando te escondes debajo del edredón y me dices que estás haciendo la croqueta, cuando me abrazas y me dices eso de “que te doy un cabezazo”. Cuando me envías la cara del oso panda en una conversación de Whatsapp. Me gustas cuando te enfadas conmigo, y cuando te ríes. Cuando me atas con un lazo imaginario y me haces cosquillas hasta que saco fuerzas de no sé dónde y le doy la vuelta a la tortilla.

Me gustas cuando una noche de repente, tras tres años fuera de mi vida, apareces y decides que has venido para quedarte una temporada, aun a riesgo de que la moneda salga cruz. Me gustas cuando eres valiente, cuando no tienes miedo al fracaso de lo nuestro una vez más, cuando apuestas todo lo que tienes a esta empresa personal, y tienes el valor de intentarlo aun sabiendo que muy probablemente, todo volverá a salirnos mal. Me gustas cuando no puedes dejar de ser bonita, por mucho que me empeñe en borrarte la sonrisa con mi falta de decencia. Cuando hueles a la colonia de siempre, a la que huele a ti.

Me gustas cuando sabes que lo estoy pasando mal, y aunque me comporto como un imbécil contigo, siempre te ofreces a echarme una mano. Cuando me dices que entiendes que haya tomado la decisión de irme de aquí, aunque te duela. Cuando te escribo una parrafada para decirte cuánto lo siento, y en lugar de enfadarte, me respondes con toda la comprensión del mundo. Me dices que ya no sufres por “esto”. Me gustas cuando eres tú la que peor lo pasa, y sin embargo la que me ofrece consuelo a mí. Cuando eres más realista que yo, que suele ser siempre.

Me gustas aunque seas del Atleti. Aunque a veces me agobies mucho. Aunque a veces no sea capaz de responderte a una declaración de amor sincera. Me gustas aunque no puedas comer queso y detestes la bechamel. Aunque te gusten las palomitas con mantequilla. Aunque no me guste el ambientador que llevas en el coche. Me gustas aunque seas sedentaria, aunque no compartamos aficiones. Aunque de vez en cuando rompas tu ordenador y me toque formatearlo. Me gustas aunque ya nunca vaya a ser capaz de demostrártelo. Aunque vaya a salir corriendo.”

13 may 2014

Segundos infinitos.



Hay sonrisas cómplices y altruistas, perennes sin motivo alguno. Y gestos. Y de repentes y lugares. Y canciones de esas que no puedes dejar de escuchar. Y personas que aparecen sin querer, y vienen para quedarse. Hay motivos para huir, y razones para no salir jamás corriendo de aquí. Existen cruces de miradas, alternativas a lo establecido. Cajas llenas de recuerdos. Y la ilusión de un porvenir.

Hay momentos en los que la tierra continúa girando, y sin embargo el mundo se para. Instantes que desearías poder capturar y revivir una y otra vez. Olores que desearías poder embotellar y recordar en algunas ocasiones. Existen sensaciones que desearías vivir eternamente, pero que se agotan de forma inevitable por el mero hecho de ser vividas; que habitan para siempre en un recóndito lugar de la memoria cuya llave se halla en paradero desconocido. Y definitivo en la mayoría de los casos.

Hay días que desearías que no acabasen jamás. Veinticuatro horas que se resisten a ser olvidadas con facilidad. Minutos que persisten en la memoria de forma voluntaria y consciente, que aparecen en tu vida con la maleta, porque vienen para quedarse una temporada. Existen segundos imborrables y tensos que no miden el tiempo, sino la distancia que media entre dos cuerpos.  

Existen por tanto los segundos infinitos. Los que miden la distancia entre dos cuerpos que, a partir de un determinado momento, ya no se juntarán jamás.