Ahora que vivimos una época en la
que la amabilidad se ha convertido en una especie de unicornio y la simpatía se
confunde con el clientelismo, en la que está mal visto ser agradable sin
esperar nada a cambio, y en la que se tiende a considerar tonto al decente y listo
al desvergonzado, igual es el momento de parar y ver en lo que nos hemos
convertido. De salir corriendo, aunque sea esta noche y sólo de forma
imaginaria, de la mediocridad que nos rodea a todas horas. Así pues, en forma
de manifiesto personal e intransferible, vengo a decir que:
Huyo, o al menos lo intento, de
la crítica infundada, vacía y sistemática a la que tantos acostumbran, y guardo
para mí todas aquellas ideas que sólo a mí me interesan. No pretendo convencer
a nadie con lo que digo y ni mucho menos hacerle sentir mal; mi época de
abogado por suerte ya pasó. Me enerva la exposición constante a la
impertinencia ajena, y ese derecho autoproclamado por muchos a opinar de forma
sistemática sobre lo que hacen los demás sin reparar en que a veces ellos
mismos pueden estar equivocados. Me aburre esa gente que no es capaz de
comprender que no siempre tiene la razón, y la intolerancia constantemente
reafirmada como modo de existir.
Me cansan mucho esas guerras
fratricidas que no van a ningún lado, y aquellos que perseveran en tratar de
convencer a los demás de que esto es mejor que aquello sólo porque a ellos les
gusta más. Me molesta mucho que haya quien considere que la dignidad tiene que
ver con el dinero, y cuando callo no siempre estoy otorgando la razón; a veces –las
más- simplemente no tengo ganas de discutir. Observo, a veces incluso en mí
mismo, un exceso de ego generalizado. El yo siempre va por delante del nosotros,
y no siempre debería.
Me angustia la falta de empatía
que lo invade todo últimamente, y el exceso de egoísmo al que hemos llegado de
repente. A veces –muchas- falta sensibilidad, y la soberbia, que generalmente
suele ir de la mano de la ignorancia, últimamente le ha ganado la batalla a la educación.
Se han perdido las buenas maneras, si es que alguna vez las hubo, y por lo
visto parece que todo el mundo está en disposición de exigir a los demás algo
que muchas veces no son capaces de conceder ellos mismos: respeto.
Me genera desasosiego el hecho de
que se veneren falsos héroes, y se sigan opiniones populistas, que también se
ha puesto muy de moda. Me aburren los que comulgan con ruedas de molino, y los
que no son capaces de pensar por sí mismos, que desafortunadamente son muchos.
Pero sobre todo, me genera verdadera tristeza ver cómo después de tantos
millones de años no somos capaces de respetar, que no compartir, las creencias
de cualquier tipo que puedan tener los demás. Que es tanto como ser capaces de
convivir en sociedad.
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