19 nov 2019

Manual de instrucciones para poder seguir.

A veces pienso que sería todo más fácil si, además de venir con un pan bajo el brazo, trajésemos también un manual de instrucciones. Probablemente quitaría cierto encanto al conocer a las personas, pero seguro nos ahorraría tiempo en esta ardua tarea de congeniar con alguien que nos haga estar algo menos solos. Sería algo así como una especie de advertencia que, en forma de leyenda internacionalmente reconocida, diera de antemano a conocer los pros y los contras de acercarse a ciertos individuos. Como una clave dicotómica que, al estilo de aquellos libros de “construye tu propia historia”, te dijera cuál es el efecto de la causa más urgente. Una suerte de código gráfico que permitiera identificar de un vistazo los riesgos que entraña abrir esa muralla que nos late, y calcular a ojo cuáles serían las consecuencias de dejar pasar dentro al caballo de Troya de turno. O a la yegua, que ya se encargará el postmodernismo de reinterpretar y reescribir la Historia.

Lo cierto es que a veces el manual de instrucciones llega tarde, no ya cuando has abierto la puerta y dejado entrar hasta la cocina a alguien, sino incluso después de que ese alguien haya dado el portazo de salida. Y, aunque no elimina el dolor de lo vivido, la sola comprensión de lo que había, el des-subjetivar la experiencia de ese trauma, ayuda a lidiar mejor con la angustia otrora de la pérdida. En mi caso, el manual siempre estuvo ahí. Melancolía y paranoia, de Fernando Colina, ha habitado durante años mi memoria y durante algunos meses mi montón de libros por leer. A través de él no sólo he aprendido lo que es la melancolía, el qué la causa y en qué se manifiesta, sino que, además, he alcanzado una paz mental sólo al alcance de quien encuentra, por fin, las respuestas necesarias.   


Y, aunque tú desde tu gabinete nunca vayas a leer esto, y yo ya no tenga forma alguna de decírtelo, quería darte las gracias por, sin pretenderlo, ayudarme a comprender. A poder seguir.