22 oct 2014

La casualidad lo ha vuelto a hacer.



A veces, cuando piensas que la vida ya no tiene la capacidad ni el valor de sorprenderte, de repente vuelves a notar ese clic –imperceptible para el mundo pero al que tú sí eres sensible-  que hace girar las agujas del destino haciéndote dudar en ocasiones hasta de tu propio nombre. Una circunstancia inesperada fruto de la (quizás no tan) casualidad que resquebraja esos cimientos invisibles sobre los que se asienta la estabilidad que has conseguido al otro lado del planeta, lugar en el que por cierto acabaste, debido a otra sucesión de clics, algunos en gran medida fortuitos. Y entonces, cuando dejas de dar por hecho aquello que parecía tan decente y tan seguro, llega el destino y hace temblar la poesía y hasta la propia oportunidad.

Entonces y sólo entonces te rindes a la evidencia, miras a los ojos al destino, y te dejas encantar por una espiral sin fondo que te invita malvada a soñar. Aceptas que las circunstancias de la vida han vuelto a aparecer de noche en medio de la nada con una de aquellas cajas de donuts de antaño en el cuarenta y seis, para hacerte –quizás- una oferta que posiblemente no puedas rechazar. Para decirte que lo que hay está muy bien, pero que hay más. Para abrirte los ojos y hacerte pensar que a veces, cuando algo es bueno, todavía puede ser mejor. Recordarte que la primera opción, y más tratándose de ti, jamás es la definitiva salvo que se trate del Madrid. 

A partir de ahí, existe un momento en el que ese mecanismo que hace girar el engranaje de lo inesperado, ese azar que baraja las cartas antes de la última mano de la partida, ese no sé qué, de repente un día decide sin preguntarte que quizás sea de nuevo el momento de cambiar. Te convierte de nuevo en el protagonista de una aventura potencial, y te invita a bailar solo como si no hubiera un mañana porque quizás –y sólo quizás- exista la posibilidad de volver a crecer.

Y entonces te miras al espejo y piensas: vaya, la casualidad no ha vuelto a hacer.

5 oct 2014

Un momento transcrito.



De vez en cuando, cuando vienen mal dadas y el día está nublado, cuando la única salida es una entrada que da acceso a las puertas del infierno más inmediato y en la puerta del abismo ya no espera -si quiera- la barra del bar más próximo, paro y respiro. Observo y escribo. Retrato con palabras la cara de esta sensación que no se subordina nunca sobria a la razón. Y entonces, me escapo corriendo de mí mismo y me miro desde fuera con los ojos de la duda pasajera. Escalo una escalera que llega hasta el cielo más azul -por encima de las nubes que embargan este día tan nublado- y te espero allí sentado jugando al solitario con una baraja que hace tiempo perdió el as de corazones. Contando los minutos que faltan hasta el último viernes de febrero.