23 sept 2015

Algo más que una casa.


Nos conocimos en 2011. Nosotros huíamos de una experiencia algo traumática que nos hizo vivir algunos meses en una calle con nombre de pintor. La vida, por avatares que ocurren, nos había enseñado las garras con casi toda su fiereza; y sin embargo –con embargo-, nosotros habíamos decidido seguir juntos allá donde la corriente nos llevara. Al fin y al cabo, siempre defendimos que lo verdaderamente importante de una casa no eran tantos sus paredes sino quienes las habitábamos.

Una cocina. Un salón. Un garaje. Tres habitaciones. Dos baños. Un aseo. Y una buhardilla que nos vio crecer. Pareada. Con un jardín que nunca llegó a serlo. Con la eterna habitación que nunca llegamos a construir. Fuiste un oasis en mitad del desierto que vivíamos. Una tregua en la guerra vital a la que nos había tocado hacer frente. Trajiste estabilidad a unos locos presos del tembleque de la vida, paz a unos soldados improvisados. 

Entre tus muros hemos vivido de todo. Desde Gabri haciendo la mopa por el salón con el gol de Ramos en el 92:48, hasta la angustia de ver cómo uno de nosotros sufría un infarto cerebral que por poco acaba no con él, sino con los cuatro que vivíamos allí. En esa vivienda, que no sé por qué a estas alturas siento que de todas las que habité ha sido la más “mi casa”, he vivido los mejores ratos que recuerdo. Allí me desperté por primera vez la mañana en que supe que ya por fin era abogado. Allí, en el último piso, mi buhardilla, -que aún no sé muy bien cómo acabó siendo mi cuarto-, siento que empecé a convertirme en la persona que soy hoy. Allí, entre esas paredes en las que tantas veces me di con la cabeza al olvidar la altura de tus techos, siento que comenzamos a forjar lo que ahora somos. 

El caso es que no pensaba escribir sobre ti, Jaime Marquet número seis. Pero hoy es la primera noche que, aunque yo ya no estoy allí, quienes durante años te hemos habitado, dormirán por fin en otra casa. Los que durante todo este tiempo te hicimos parte de nuestro desastre colectivo, te maltratamos y te maldecimos sin valorar lo que realmente eras, por fin hemos tomado la determinación de abandonarte a tu suerte. De dejarte en manos de otros que vendrán a habitarte sin conocer ni uno solo de cuantos recuerdos nosotros forjamos entre tus paredes. 

Otras casas vendrán, sin duda. Algunas quizás más lujosas o mejor situadas. Más limpias o con más habitaciones. Menos grandes o con menos escaleras. La cuestión es que ninguna serás tú otra vez. Ninguna a la que, quizás por la melancolía de estar lejos y echar de menos a quienes te habitaban, vaya a hacer que me pare frente a un teclado para decirle al mundo lo inmensamente feliz que fui dentro de ella. Lo mucho que a partir de ahora añoraré despertar en mi buhardilla en el lado izquierdo de mi cama mientras me siento el tipo más afortunado de la tierra.