Desde hace ya algunos días, al
final de la calle donde vivo se han instalado unos hombres que presumen de ser
los adalides de la cordura. En un intento de reivindicar el sentido común, han
decidido fundar lo que ellos llaman El club de los hombres racionales. Como
consecuencia, se han desplazado hasta aquí un montón de señores que presumen de
ser el paradigma de la lógica, y han formado una hilera que ya da la vuelta a
la manzana. Al enterarse el presidente, que es un hombre certero, parco en
palabras, ha salido a la acera y a partir del segundo de la fila les ha dicho a
todos los demás que el club no piensa admitir a nadie que esté dispuesto a
esperar por algo que no se sabe a ciencia cierta si merece la pena. Que eso no es
cosa de hombres cuerdos, ni mucho menos de personas racionales. Así que, con la
decepción lógica que produce el rechazo, pero con la extraordinaria capacidad
de comprensión que da el pensamiento cabal, los señores que esperaban en la
hilera han deshecho la fila y se han vuelto a sus casas. Tras ello, presidente
y fundadores han mantenido la primera reunión del nuevo club, y han decidido
que en pro de la razón, lo más lógico en este caso es disolver la asociación y abandonarse
a la locura.
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