Quiero más fines de semana
como éste. Que empiezan el viernes por la tarde coronando una montaña en un
momento de locura transitoria con el tío más gracioso que conozco. Comprobar
una vez más que el encanto está en la escarpada, y no en llegar a la cima. Que
el camino sigue siendo mucho más divertido que la consecución de la meta en sí.
Que al final lo importante no es el cómo ni el qué, sino el con quién.
Quiero más sábados por la
noche de fútbol en directo y bien acompañado por chicas horrorosas y valientes
que sonríen sin parar aunque no tengan motivo. De ésas que aun a riesgo de ser
secuestradas por un loco, se arriesgan y dicen que sí a un plan lleno de
lagunas. Mujeres risueñas que hacen que al final, en el fútbol, lo de menos sea
el partido.
Quiero más domingos a medio
día de camisa y gafas de sol bebiendo vermús en la acera de en frente. Reunirnos
los de siempre y comprobar que seguimos exactamente igual que ayer, para bien y
para mal. Llegar a casa tarde y empapado sin poder decirle a tu madre que te ha
sentado mal la cena.
Quiero más tardes como ésta.
Con el Trío Calavera al completo. Que volvemos a casa después de arrasar una
tienda cuando aún no es de noche pero tampoco es de día. Escuchando country por
la autopista y riéndonos como en los viejos tiempos. Mirando al horizonte y
sonriendo mientras me doy cuenta –una vez más- de que soy un tipo afortunado.
Echando de menos de antemano todo lo que ahora tengo de más, a partir del día
que despegue hacia Alabama. Planeando todas esas cosas que quizás nunca
lleguemos a hacer, y disfrutando de la compañía de ese par de cabrones
entrañables.
Y quiero que cuando llegue el
final del domingo, justo el que ahora se acerca, pueda venir aquí a decirle al
mundo que este ha sido, después de mucho tiempo, el mejor fin de semana que
recuerdo.
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