De un tiempo a esta parte vivimos
en el mundo de la inmediatez. Del “lo quiero todo y ahora” y si no es así ya no
me sirve. El avance de la comunicación y las tecnologías ha conllevado como
contraparte que vivamos con prisa, que perdamos la paciencia con mucha mayor
facilidad, y lo peor de todo: que cada vez más desechemos llevar a cabo determinadas
acciones que necesitan un mayor tiempo y esfuerzo. Que renunciemos a priori a
algunas cosas simplemente por el hecho de que no llegarán a nosotros en un
breve plazo de tiempo. Sin necesidad alguna, hemos creado una necesidad de
urgencia que nos está volviendo cada vez más cómodos, menos capaces de esforzarnos
para conseguir algo a medio y largo plazo.
Estamos evolucionando hacia una
sociedad malacostumbrada y cortoplacista, entregada a los placeres inmediatos,
incapaces de disfrutar la escarpada; de plantearnos incluso llegar a la cima
sólo por el esfuerzo que supone atarse los cordones para iniciar el ascenso.
Nos hemos vuelto vagos, reticentes a participar en proyectos cuyos resultados
desplieguen sus efectos con el tiempo. Ya no se trata de llegar a donde uno
quiere, sino de hacerlo ayer a ser posible. Queremos obtener el resultado sin
esforzarnos para conseguirlo, olvidando que como realmente se saborean las
victorias es trabajándolas.
Así es que, quizás sea hora de
parar. De comprender que hay cosas que tienen un ritmo natural que no se puede
acelerar, que el período de madurez de algunas cuestiones es el que es, y que
una aceleración de este proceso sólo puede conllevar una destrucción del
producto final. Es posible que haya llegado el momento de renunciar a la inmediatez
y de recuperar la capacidad de espera, de renegar de aquello que no merezca la
pena por muy fácil que sea, de tener la paciencia suficiente como para
conseguir aquello que requiera más de dos minutos de nuestra atención.
Igual es el momento de plantarnos
entre todos y llegar a la conclusión de que valorar el tiempo no significa no
utilizarlo en demasía, sino usarlo en cosas que realmente lo valgan, aunque
conlleven una mayor inversión del mismo. Tal vez así comprendamos que lo único
inmediato, cuando se trata de conseguir algo que merece la pena, debe ser el
rechazo a la necesidad de inmediatez.