15 abr 2014

A día de hoy.



Me faltan sonrisas cómplices entre semana, y viernes de vasos anchos, llenos de hielos y dudas, y sin un twist de limón. Un beso furtivo de despedida, y motivos de desencuentro con la oportunidad que está por venir. Me falta una canción de los Sunday, una foto en blanco y negro, y cinco minutos más en la cama, hasta que por fin suene el despertador.

Me sobran tres minutos, dos días y más de cien palabras para decirte que. Una tarde al año y una caja de zapatos vacía donde ya no guardo nada. Un retrato al óleo y un imán de la nevera, junto con un tambor de madera y un cuadro de Andy Warhol que cuelga en la pared. Me sobra esa sensación de que el tiempo nunca pasa a la velocidad que me gustaría, en función de si pienso en el futuro lejano o en el presente continuo, que es lo que estoy viviendo a día de hoy, y de mañana.

Me falta una excusa convincente, tres horas contigo y dos escalas de avión. La inspiración suficiente para escribir el libro prometido y una brisa de aire que traiga un olor conocido. Unas sábanas enmarañadas después de una siesta compartida de domingo, y un “¿qué haces esta noche, cenamos?”. Me falta un maratón de cine sin manta ni palomitas. Y hasta sin película, si me apuras.

Me sobran pelotas en mi tejado, y pormenores y hasta luegos de gente que apareció sin decir hola. Prendas de ropa que, como algunas personas ya pasaron de moda, y un sinfín de apuntes que tomé cuando aún creía que la toga era el futuro. Me sobra el deseo de escribir lo que no puedo, y el riesgo de decir lo que no debo en un momento inoportuno. La falta de paciencia, que responde a la necesidad de vivir un último algo nuevo antes de cruzar el charco.

Y ocurre que a veces, en función del día, me faltan y me sobran al mismo tiempo, las ganas de. Así, sin puntos suspensivos.

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