Me faltan sonrisas cómplices
entre semana, y viernes de vasos anchos, llenos de hielos y dudas, y sin un twist
de limón. Un beso furtivo de despedida, y motivos de desencuentro con la
oportunidad que está por venir. Me falta una canción de los Sunday, una foto en blanco y
negro, y cinco minutos más en la cama, hasta que por fin suene el despertador.
Me sobran tres minutos, dos días
y más de cien palabras para decirte que. Una tarde al año y una caja de zapatos
vacía donde ya no guardo nada. Un retrato al óleo y un imán de la nevera, junto
con un tambor de madera y un cuadro de Andy Warhol que cuelga en la pared. Me sobra esa sensación de que el tiempo nunca pasa a la velocidad que me gustaría, en función
de si pienso en el futuro lejano o en el presente continuo, que es lo que estoy
viviendo a día de hoy, y de mañana.
Me falta una excusa convincente, tres horas contigo y
dos escalas de avión. La inspiración suficiente para escribir el libro
prometido y una brisa de aire que traiga un olor conocido. Unas sábanas
enmarañadas después de una siesta compartida de domingo, y un “¿qué haces esta
noche, cenamos?”. Me falta un maratón de cine sin manta ni palomitas. Y hasta sin película, si me apuras.
Me sobran pelotas en mi tejado, y
pormenores y hasta luegos de gente que apareció sin decir hola. Prendas de ropa
que, como algunas personas ya pasaron de moda, y un sinfín de apuntes que tomé
cuando aún creía que la toga era el futuro. Me sobra el deseo de escribir lo que no
puedo, y el riesgo de decir lo que no debo en un momento inoportuno. La falta
de paciencia, que responde a la necesidad de vivir un último algo nuevo antes de cruzar
el charco.
Y ocurre que a veces, en función
del día, me faltan y me sobran al mismo tiempo, las ganas de. Así, sin puntos
suspensivos.
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