Es domingo, pero no es un domingo cualquiera. Mañana será
lunes, y dará comienzo la última semana en la que el Quijote Wine Club tendrá a
sus tres miembros en la misma ciudad. Resulta que tras todo un semestre en el
que no hemos perdonado ni un solo viernes, cuando regresemos –subjuntivo- aquí
tras la Navidad, uno de nosotros habrá abandonado Tuscaloosa y se habrá
embarcado en otro proyecto que le llevará, a buen seguro, a cambiar alguna que
otra vida. Así es que, han sido tantas noches esperándome para salir mientras
terminaba de escribir mi otro blog, que al final no he podido resistirme a
inmortalizarle entre mis montonesdepapeles.
Nos conocimos por casualidad, tanto que en realidad nos
limitamos a coincidir. Él había llegado aquí después de dejar un trabajo en el
que no era feliz, y yo tres cuartos de lo mismo. Cuando yo llegué aquí él ya
estaba literalmente de vuelta, había venido, se había ido y había regresado, no
sin antes hacer una larga parada en Granada. Allí, según él siempre defiende,
fue mucho más feliz enseñando en un colegio y cobrando cuatro duros, que
haciendo lo que hiciera que hiciese antes ganando mucho más. Del aquel sur se
trajo a este sur un español más que decente, aunque nunca utilice el
subjuntivo.
De su mano institucionalizamos las reuniones del Quijote
Wine Club, cada miércoles después de hablar en clase del Quijote apócrifo
veníamos a casa, abríamos una botella de Ribera o de Rioja, y nos comíamos una
tortilla de patatas que con el tiempo hemos ido mejorando. Ha sido en esas
noches, mientras tratábamos de decidir quién demonios es Avellaneda, que hemos
pasado los mejores momentos que uno recuerda tratando de arreglar el mundo. Y
son precisamente esas noches las que a partir de enero voy a empezar a echar de
menos. A partir de ahora tendremos que encontrar otro medio para debatir acerca
de la trivialidad de la importancia, y viceversa.
Es muy probable que a estas alturas él todavía no sea
consciente de haber cambiado mi vida. Yo sí lo soy, claro. Porque conozco al
antiguo y al nuevo yo. Y tengo que estarle agradecido por hacerme ver que
efectivamente el dinero no lo es todo en la vida, incluso cuando no tienes un
duro. El muy sinvergüenza me ha permitido comprobar de primera mano que
efectivamente hay que “gather ye rosebuds while ye may”, porque cada viernes
que pasa no vuelve. Me ha enseñado el poder de la persuasión, que cuantas más
veces digas que hay que salir por la noche, más posibilidades hay de que tu
interlocutor ceda y acabe acompañándote a tomar una cerveza a Loosa Brews.
Es un tipo con muchas más preguntas que respuestas, que no
ha dudado en hacer que su familia nos tuviera hasta en la sopa. Y una familia
que, después de acogernos tantas veces, de alguna forma hemos acabado sintiendo
como nuestra. Qué fácil ha sido sentirnos como en casa, y qué difícil expresar
la gratitud que nos invade a estas alturas. Ojalá poder devolver algún día la
moneda al otro lado del Atlántico.
En fin, que como dijo Nick Saban, “this is not the end, this
is just the beginning”. Que a partir de ahora tendremos que escoger otro lugar
que no sea el salón del sexto apartamento de los Ives para hacer una tortilla y
arreglar el mundo. Y que como decía el anuncio aquel de Estrella Damm, lo bueno
nunca acaba si hay algo que te lo recuerda. Al fin y al cabo, aunque nunca
vayamos a saber la respuesta, siempre nos quedará la famosa pregunta: Reid, ¿y
Gustavo cómo tiene la chorra?