28 sept 2014

Palabras para un domingo sin sol.



Echo de menos la precisión de las palabras. El saber lo que implican las preguntas cuando salen de unos labios objeto de deseo. Poder dar respuestas elocuentes y arrancar sonrisas a personas ingeniosas. Que me entiendan cuando pinto diferencias a través de un lenguaje que conozco suficientemente bien, como para poder jugar con él. Echo de más la incertidumbre de no saber si aquello que digo con buena intención, se malinterpretará porque no lo diga bien. Que a veces pasa. Y aburre.

Echo de menos lo oportuno de un silencio –aunque no siempre sea cómodo- cuando me veo acorralado por un significado que no alcanza en mi cabeza, al significante de quien lo significa con su voz. Un diccionario mental y automático que traduzca las palabras que escapan de mi repertorio. Echo de más el tambaleo que me asalta cuando no soy capaz de transformar un pensamiento en esa frase que de sobra sé funcionaria si me cambiaran el idioma del interlocutor.

Echo de menos vivir un poco más de madrugada. El sabor a derrota del día de después de la victoria, que generalmente suele coincidir con el fin del tintineo de los hielos en el fondo de una copa vacía de balón. Aquellas mañanas en las que hasta tu propia cama te resulta un lugar ajeno, propio de la intoxicación. Echo de más, sin embargo, la dulce sensación del amargor de quedarse con la miel en los labios.

Echo de menos poder perder la compostura un poco más. Vivir la vida en verso, y encontrarle al mal tiempo buena cara. Hacer de todo esto poesía.

Crear, que no leer, literatura.  

20 sept 2014

Nunca jamás.



Nunca soy más vulnerable que cuando se me nota en la mirada la sonrisa. Jamás más permeable que cuando trato de esconderme de mi yo más efusivo de reojo, para evitar un contacto directo y delator, que me llene de vida y me vacíe al mismo tiempo de la discreción que necesito. Nunca más sincero que cuando te juro que, excepto cuando miento, siempre digo la verdad. Que entre tú y yo, es casi siempre.

Nunca vivo más pendiente de esconderme, que cuando tengo miedo a mostrarme como soy. Jamás asisto desde fuera a esta obra de teatro de mí mismo, en la que a veces interpreto el papel protagonista, y otras veces dirijo la función. Y aun así, por mucho que leo y releo una y otra vez este libreto, la única conclusión a la que llego es que, cuando se trata de esta historia, no existen nunca las verdades –ni las mentiras- absolutas.

Nunca soy un poco más humano que cuando sueño con mañana, y resulta que mañana, de repente, se hace realidad. Jamás me miro en el espejo y me encuentro con la sombra de lo que seré. Nunca –a veces- me gusta pensar que más antes que después, acabaré por resolver este problema en el que tú todavía eres la incógnita que da sentido completo a la ecuación.

Porque a veces, uno más uno, no siempre suman dos.

10 sept 2014

Mi forma de.

Mi forma de no extrañarla, es no escribirla jamás directamente. No permitirme a mí mismo recordarla más de diez minutos cada tres días, y sobre todo, no ponerle cara las raras veces que la pienso. Es comerme un donuts esta noche -por aquella- y no revivir en un mordisco aquellas tardes de edredón desvergonzado. De engañar al subconsciente bajo pretextos que entonces ya no desconozco.

Mi forma de no extrañarla, es tan simple como no permitir que suene su canción. Porque aunque los acordes ya no duelan como antes, tampoco hacen cosquillas. Es sobrevivir a un paseo imaginario por Madrid al otro lado del Atlántico. No ausentarme por un minuto de mí mismo, y no tratar de verla con los ojos inocentes del pecado que ya nunca jamás cometeremos.

Mi forma de no extrañarla, es escribir de vez en cuando un email y dejarlo latente en borradores. Esperando la nada, que es eso que viene cuando acaba el olvido, el ingrediente del cual están hechas las piezas que completan el puzzle de aquellas expectativas entre las cuales ya no está ella.

Mi forma de reencontrarme a mí mismo, es buscar en el horizonte de la incertidumbre más cierta. Que, además, es mi forma de no extrañarla.