Y hoy de repente, casi sin querer, me encontré con una foto.
Y allí estaba ella tumbada con la luz de la mesilla encendida, con mi camiseta gris puesta y dormida en mi cama. Sonriendo como quien sabe el final de una espera.
Plácidamente despeinada. Tapada hasta la cintura y durmiendo boca arriba. Sosteniendo
en su mano el puño de mi camisa, junto a su cara, para notar mi olor y sentirme
presente.
Y por un instante me olvidé del olor de las casas vacías, de
la tristeza de las fotos solitarias que habitan las paredes y de la soga
simbólica que formaba su ropa colgada en el armario. Del regreso a Nashville en
verano a una vida que ya no entendía y las ganas de dejarlo todo. Del (no tan
eterno) sinsabor de la derrota.
Y sin saber muy bien por qué, miré la foto y sonreí. De
repente.