19 mar 2018

Afortunadamente.


El problema de la vida no es vivir con lo que uno es, es tener que negociar constantemente con aquello que uno ha sido. Es recordar de forma perpetua los ridículos y las perversiones de un pasado que persigue con un hacha atroz por el pasillo, amargando a veces los triunfos y contaminando aún más sí cabe las inevitables y eternas derrotas. La solución no es resetear el contenido, ojalá fuera formatear el disco duro. Pasa por aprender a dejar de lado tantos yos como momentos se han vivido y centrarse en construir algo más serio, menos débil, más domesticado. Por someter el otrora al escrutinio de un ahora prometedor y tratar de arruinarle la vida a la memoria. Por robarles el reflejo a los espejos y cifrar el cristal de los ojos que te miran. Vivir, al fin y al cabo, con la esperanza de olvidar las miserias y los gozos, los extraños avatares de otro tiempo en el que no te reconoces. Seguir adelante sin tratar de rendirle cuentas al yo pretérito que a estas alturas ya parece un cuerpo ajeno, un ser extranjero de uno mismo. Y aprender. Aprender, que por mucho que uno quiera, ni fue, ni es, ni será jamás perfecto.

Afortunadamente.