No sabría explicar a partir de qué momento decidí que lo mío sería el Derecho, pero fue pronto. Cualquiera que me conozca desde hace años podría corroborar que yo siempre quise ser abogado. Y digo bien, quise. Y probablemente aún quiero.
Tras casi 9 meses en un "grande" (más bien mediano), he tomado la (difícil) determinación de dejar esta locura, de terminar con el sueño que durante tantos años perseguí. Me he dado cuenta de que, lejos de ofrecer grandes ventajas, trabajar en un gran despacho exije un compromiso y un altruismo infinito, que yo a día de hoy no me siento capaz de dar.
Trabajar en un gran despacho implica trabajar con gente de la que se pueden aprender muchas cosas, conocer de primera mano el funcionamiento del mismo, verte implicado en la defensa de casos mediáticos, tenerte que callar sabiendo que tal o cual va a comprar o vender esto o lo otro. En definitiva, te enriquece profesionalmente. Pero no a cualquier precio.
Trabajar en un gran despacho implica pasar sentado delante de una pantalla más horas que la máquina del tren, soportar una carga de trabajo excesiva sin contraprestación extraordinaria alguna a cambio, no tener horarios, no tener tiempo para nada que no sea estar al servicio de los intereses del despacho. En otras palabras, en muchos aspectos, empobrece tu vida personal sin recibir nada a cambio (y no hablo de reconocimiento). Implica robar horas a quien menos se lo merece. Y yo no estoy dispuesto.
Uno puede pensar que acorde al nivel profesional que uno va alcanzando, poco a poco va liberándose de carga de trabajo, a medida que aumenta su retribución. Es decir, puedes tener la esperanza de que si continúas, si eres capaz de soportarlo, algún dia tendrás una recompensa en forma, tanto de reconocimiento personal, como profesional como económico. Pero no es eso lo que yo ambiciono. O al menos no dentro del Derecho.
Y por eso he tomado la determinación de no seguir. Porque creo firmemente que un trabajo tiene que servir para vivir, y el trabajo en un gran despacho, no es compatible con tener una vida plena, o al menos no con lo que yo interpreto que una vida plena es. Y porque creo que ha llegado la hora de emprender algo.
Así pues, y mientras se van destapando incógnitas sobre mi futuro, y sobre el lugar del mundo en el que acabaré el año 2013 (que con suerte será lejos de España), he decidido que a partir del 1 de marzo, empiezo de cero.
Con dos cojones.