29 mar 2014

Mensaje en una botella para mi suegra.



Era sábado, y apenas debían pasar veinte minutos de las ocho de la tarde. Ese fin de semana por fin había conseguido que mi suegra se largara de mi casa. Después de seis meses luchando contra los elementos, había conseguido que por fin decidiera irse a vivir a casa de mi cuñado, quien muy probablemente me odiaría el resto de su vida. Laura, mi mujer, estaba en casa jugando al Candy Crush en el sillón, y yo estaba deleitándome con un vino de Navarra cuando sonó el teléfono. Me pasó el inalámbrico y me dijo: es mi madre. Dice que ha encontrado una botella con un mensaje tuyo en la bodega de mi hermano Javier, y que quiere hablar contigo porque no entiende nada. 

Lo que me faltaba –pensé-, ahora resulta que a mi suegra le ha dado por beberse la bodega de mi cuñado, y en un momento de lucidez se le ha ocurrido rellenar una botella con un anónimo escrito a ordenador cuya autoría me atribuye. Bendita suerte la mía. Total, que agarré el inalámbrico y me dijo: “Carlos, ya sé que nunca te he caído bien, y que muchas veces te he sacado voluntariamente de tus casillas, pero necesito que me ayudes. La mujer de mi hijo me ha amenazado con envenenarme si paso más de una semana en su casa. Por favor, no le digas nada a nadie, y menos a Laura, pero necesito volver a tu casa lo antes posible”. Y colgó dejándome con la palabra en la boca.

Me quedé pensando diez y minutos en lo que me acababa de decir mi suegra, y al final le dije a la Laura: “No te lo vas a creer, pero echo de menos a tu madre, ¿qué tal si llamas a tu hermano y le dices que al final no es necesario que se quede una temporada en su casa? No sé, tengo el presentimiento de que ella estaba más a gusto con nosotros, ¿no te parece?”.

Para la II Edición del Certamen de Relato Breve de turismodevino.com

25 mar 2014

Vuelva usted mañana.



A propósito de la nada, que es eso que suele quedar cuando sólo queda el olvido, hace tiempo que vengo manejando una idea indefinible –por tormentosa- e inconfesable –por osada- sobre el porqué a veces nos empeñamos en hacer la vida más difícil de lo que realmente es de por sí. Hablo, entre otras cosas, de ese orgullo que funciona cual mordaza, y que nos hace reos de todas esas palabras que nunca llegamos a decir, presos de todos esos “qué ganas tengo de ti” que yo particularmente me callo, y hasta me olvido de pensar a cambio de prostituir mis sentimientos por un triste plato de indulgencia conmigo mismo. De paz impostada, si queréis.

Supongo, por buscarle una explicación lógica a algo que evidentemente no la tiene, que todo responde a un criterio de autoprotección, a una pérdida de aquel optimismo presumido antes de ayer, que con el tiempo se convierte en un bofetón a mano abierta de realidad. Como si de un tiempo a esta parte no existiera ya coraza que haga inmune a los golpes de la vida a quien presumía levantarse de ellos con fiereza, poniendo con chulería la otra mejilla a la espera del próximo croché de derechas del destino, si es que existe ese señor.

A propósito de ese despropósito de propósitos mal avenidos, y sin valga la redundancia que disculpe ese mal juego de palabras, el tiempo va pasando, a veces hacia delante, y algunas tardes hacía atrás; con el único problema de que cuando avanza, con suerte suma cinco, y cuando retrocede, la vida te come una ficha para contarse veinte de golpe hacia el pasado. La muy astuta te manda a la cárcel directo dos tiradas, sin pasar por la casilla de salida, y sin cobrar las veinte mil pesetas –o los ciento veinte euros, en función de la versión a la que juegues-. Te deja apostado en tu casilla mientras ves cómo avanzan los demás. Mientras observas cómo otro saca la tarjeta de la suerte, y se queda con la pasta que quedaba en el medio del tablero. Y aquí, que cada uno entienda lo que quiera, que yo sé perfectamente lo que digo.

Y todo esto viene, a que esta tarde mientras llovía, se me ha ocurrido que quizás hoy ya era hora de dejar de mirar hacia atrás, por lo menos, hasta mañana por la mañana.

24 mar 2014

Comunicado oficial.



Después de algunos meses contando paso a paso el estado de mi solicitud de acceso a la Universidad de Alabama, el día 19 de marzo recibí una carta de la misma vía email en la que me hablaban sobre el estado de dicha solicitud. Y esta noche estoy aquí, frente al teclado, preparándome para deciros que los sueños, a veces se hacen realidad. Y que hay personas en la vida –al menos dos- a las que, pasarán cien años, y jamás podré demostrar la gratitud que les profeso, sin ánimo de que esto parezca un agradecimiento público y sincero. Que lo es.

Parece ser que otra vez la moneda volvió a salir cara –que no costosa- y, pese a que aún no es oficial a falta de determinados trámites burocráticos (sí, en Estados Unidos también existe la burocracia), la Universidad de Alabama ha considerado de forma favorable mi candidatura al Spanish Literature MA y ha decidido concederme una beca (o algo que se le parece mucho) para que me vaya allí a estudiar durante los próximos años. En otras palabras, que si todo sigue su curso natural, allá por agosto partiré camino de mi Tuscaloosa querida para empezar una nueva vida lejos de la que hasta ahora siempre fue mi casa, con todo lo que ello conlleva.

De este modo, y aunque probablemente podría escribir sobre todas las cosas que creo voy a echar de menos de España –además de las obvias, quiero decir-, lo cierto es que aún no tengo perspectiva suficiente como para identificar la trascendencia que supone el paso que voy a dar el día que me suba en ese avión con destino al otro lado del Atlántico. O al menos no más perspectiva que la que me da el hecho de que mi madre no ha dejado de llorar desde que sabe que me voy.

Y esto es todo por esta noche, en la que sólo quería comunicaros de forma oficial que, si nada (ni nadie) lo remedia, mi futuro más próximo está en el sur de los Estados Unidos de América, en el bonito estado de Alabama.

Roll tide roll y’all.