29 abr 2014

Una historia de madridismo.



Todavía recuerdo el día en que mi padre, tras acabar el curso del año 97, allá por junio, se plantó en el salón de mi casa el mismo día en que me habían dado las notas, con un papel blanco que contenía la solicitud de asociación al Real Madrid Club de Fútbol. Aquello fue el premio a mi desempeño en el curso que acababa de terminar: tercero de primaria, y con la perspectiva que da el tiempo, me atrevería decir que probablemente –hasta ahora- sea el mejor regalo que nadie me ha hecho jamás.

Soy madridista. Y lo soy desde que tengo memoria. No recuerdo haber sido nunca de otro equipo. Sin embargo recuerdo que en el 96, que el Atleti hizo doblete, muchos compañeros míos de clase se cambiaron. Pero yo no, yo continué siendo del Madrid sin saber muy bien por qué, y al año siguiente mi padre decidió hacerme socio y abonarme. Llevo más de 17 años yendo al Bernabéu, y tengo 25. Mi primer partido lo vi en el segundo anfiteatro del fondo sur del Santiago Bernabéu, fue el Madrid – Barça del 95 que acabó empate a uno.

Durante todos estos años, he vivido muchos momentos buenos y malos entre los muros de ese estadio. Así, recuerdo con especial amargor dos momentos concretos: el primero de ellos es el día del 2-6, y el segundo es el partido del penalti de Sergio Ramos. También recuerdo con especial alegría otros dos momentos: la Liga que ganamos con Capello en el último partido contra el Mallorca después del Tamudazo, y el debut de Ronaldo marcándole dos goles al Alavés.

Lo cierto es que no sé de fútbol mucho más que cualquier otro que lleve 20 años viéndolo. La parte táctica no la domino especialmente, y generalmente no suelo ver partidos en los que no juega el Real Madrid. Podría decirse que en realidad lo que me gusta es el Madrid, más que el fútbol. Y es verdad. Esto es un sentimiento, no tiene que ver con el deporte. Es irracional.

A día de hoy han pasado casi 17 años desde aquella tarde que mi padre decidió que era el momento de rellenar aquella solicitud. Pero esta noche, cuando den las nueve menos cuarto en punto, volveré a ser aquel niño que, emocionado, una vez tuvo la suerte de que su padre le hiciera socio del Madrid.

Es probable que jamás vuelva a escribir (y publicar) sobre fútbol, pero hoy necesitaba decir que me da igual quién juegue esta noche. Que me da igual que juegue Casillas o Diego López, o Marcelo o Coentrao. Voy con los once tíos que jueguen de blanco, como he hecho siempre, y como pienso hacer el resto de mi vida. Me es indiferente quién se clasifique mañana, y me da exactamente lo mismo quién gane la Liga. Lo único que quiero es que, seamos o no mejores esta noche, el día 24 de mayo estemos en Lisboa intentando levantar la décima Copa de Europa.

28 abr 2014

Cuestión de perspectiva.



Algo tan simple como es un final, en función de quien lo vive puede ser interpretado, efectivamente, como el final de un algo, o como el principio de otro algo. La línea que separa una forma de verlo de la otra, es la actitud de la persona a quien afecta, y es ésta quien decide si en realidad se trata de un ocaso, o en realidad hablamos de un nuevo amanecer. De cerrar una puerta, o de abrir una ventana.

El vaso, sin ir más lejos, puede estar medio lleno o medio vacío en función de cómo haya ido el día de quien lo observa, o de cuántas veces haya vaciado el vaso con anterioridad, claro. Es del dominio público que no se ven igual las cosas con unas copas de más, que con unas copas de menos. Lo que es válido a las seis de la mañana, muchas veces no lo es a las doce de la noche. Y en este caso, no me atrevo a decir que exista un viceversa.

Perderse por ejemplo, según cómo se vea, y en función del contexto en que tenga lugar la pérdida, puede verse como un menoscabo del sentido de orientación del guía y una pérdida (valga la redundancia) de tiempo. Sin embargo, y dependiendo de con quién se pierda uno, también podrá interpretarse como una oportunidad de arañarle al reloj unos segundos. De robarle algo de tiempo a ese alguien que te acompaña en mitad de la desorientación.

De este modo queda patente que la importancia del punto de vista con el que se miren las cosas reside en que una cosa puede parecer ella misma y su contraria a la vez en función del prisma desde el que cual se vea. La perspectiva, que no es más que el color del cristal de unas gafas imaginarias a través de las cuales observamos el mundo, es capaz de hacer que un mismo objeto o situación, sea diferente en función de quien lo mira. Ella, es la que posibilita que quepan infinitas interpretaciones de un único algo, y la que hace que por mucho que uno sea a veces un completo desastre, en función de quien lo observe, pueda no parecerlo tanto.

Sobre todo, algún que otro sábado por la noche.

21 abr 2014

99 medias palabras.



No me gusta el punto medio en cuanto que es un lugar gris e imaginario, equidistante de una idea y su contraria, y anodino, por tanto. No me interesan las medias verdades porque generalmente suelen ser mitad mentira, ni creo en el término medio como filosofía de vida, porque repelo la mediocridad. No me gusta el equilibrio porque supone medianía, y yo no quiero sólo una mitad. No acepto las medias tintas en la medida en que no me permiten mancharme las manos del todo, al igual que detesto las sonrisas de medio lado que sólo disimulan completa hipocresía.