30 dic 2013

Lo que queda (de lo que fue y de lo que no).



Otro año –otra vez- lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a pasar la vida volando como un cometa sin rumbo y desenfrenado que orbita sobre nuestras cabezas. Silencioso. Otro año –decía- que se va sin que si quiera nos haya dado tiempo a conocernos. Justo ahora que me había decidido a ponerle cara, el muy bandido se me ha escurrido entre los dedos, como si no quisiera salir en la foto. Doce meses han pasado ya desde que, cargados de buenas intenciones iniciásemos el que otrora fuera el año nuevo –éste que despedimos ya-. 

Y yo –siempre dado a hacer balance- por mucho que lo intento, no sé si el 2013 me sale a pagar o a devolver. Igual que no sé lo que me falta ya en el debe, ni tengo muy claro qué es lo que quedaba en el haber antes de empezar. No alcanzo a saber si me sale a cuenta o no, después de lo vivido, tratar de discernir qué me llevo de lo que había, y qué dejo de lo que aún no estaba cuando empezó. Por eso no soy capaz de valorar todo lo que ha acontecido. Pero no por ello dejo de ser consciente de todo lo que este año –que se me escapa de las manos- ha traído a –y se ha llevado de- mi vida.

Éste que se va, ha sido el año del Sweet Home Alabama y del Livin’on a prayer. De las #GinebritasNight y las mañanas de Espidifén. Del Dunkin Donuts y el sushi. Del Madrid de baloncesto y los palos de golf. De Los Planetas, como siempre, y de Sixto Rodríguez. De aprender a hacer el cubo de Rubik. De los billetes de AVE –y de los billetes de avión-. De Suits. De tus trances gastronómicos. De la Final Four. Del queso de cabra con mermelada de tomate. De la casualidad. De Barcelona, de Nueva York. Del Dancing Queen de ABBA y de Bon Iver. De Paul Auster y Murakami. De Jabois. De La Música del azar y de El pájaro que da cuerda al mundo. 

El 2013 es el año de la gabardina y los zapatos de borlas. De ponerme la toga. De abandonarla decepcionado. De Harvey Specter, de Rachel Zane, de Mike Ross. De fundar una empresa. De abandonar unos sueños y encaramarse a otros. De aprender a sufrir. De derrochar. De las gafas de madera. De Alabama, claro. Y de su Universidad. De los lunes de bingo en el Moe’s. De dar los primeros pasos del #SueñoAmericano. De muchas sonrisas. Y, por desgracia, de muchas lágrimas. De Madrid de día. De Madrid de noche. Del Tudesky’s Lounge. De las ilusiones nuevas, que han sido tantas como las viejas decepciones. De los recuerdos imborrables, y de los que ya hace tiempo ardieron en una pira imaginaria.

Por todo esto, éste que nos deja, no ha sido un año más; ha sido el 2013.








24 dic 2013

Feliz Navidad.



Otra vez 24 de diciembre. Otra vez Nochebuena. Otro día más para recordar a todos los que por desgracia hoy no están. Y a los que ya nunca más estarán, que ni son pocos, ni eran cobardes (la mayoría). Parece que por fin hoy se confirma aquello que los grandes almacenes nos llevan tratando de vender desde hace dos meses y medio: la Navidad ya está aquí. 

Yo no soy particularmente navideño, es más, me atrevería a decir que mi parecido con el Grinch no es sólo físico a pesar del hecho de que, no ha mucho tiempo fui más similar a Santa Claus tal y como atestigua esa parte de mí que tantos años llevo cultivando a base de esfuerzo – y no hablo de la barba, que también-. 

Pero con todo y con eso, y aun a riesgo de no encontrar las palabras adecuadas para ello, quería desearos a todos (estéis del lado del Atlántico que estéis) los que –de frente, o a hurtadillas como tú- leéis este blog, una muy feliz Navidad. Pero sobretodo, quería desearos que, seáis o no como el Grinch –como yo-, os guste o no la Navidad –que no estáis obligados, al contrario de lo que parezca-, seáis muy felices.

18 dic 2013

La vida es como una radio analógica.


Esta tarde estaba escribiendo una historia en la que, en un momento dado, el protagonista al entrar en una tintorería a recoger un traje, recala en el hecho de que sobre la estantería yace una vieja radio analógica. De este modo, el personaje empieza a relacionar, y acaba haciendo la siguiente reflexión.

“…una vieja radio analógica, de ésas en las que para cambiar el dial hay que girar una rueda hacia la derecha o la izquierda. Me gustan esas radios, me recuerdan un poco a la vida. Me explico: cuando encuentras un dial que te gusta y se oye bien, lo mejor es dejar la rueda como está. No se debe tocar la antena ni se debe cambiar la radio de lugar, pues ello podría conllevar una pérdida irreparable de señal. Sin embargo, la curiosidad unas veces, y la necesidad otras, hace que sea inevitable girar la rueda para tratar de buscar otro dial.

La vida es la radio completa. La rueda somos nosotros, y el dial es ese objetivo especial, ese algo que nos atrae de forma irremediable, ese alguien con quien compartiríamos algo más que un café con dos azucarillos -o una pizza con queso de cabra y mermelada de tomate-. La posición de la radio y la antena, en la vida podrían identificarse con las circunstancias y personas que nos rodean. Con todos los elementos que además de ser ajenos a nosotros, de alguna forma escapan a nuestro control.

En la radio, con mucha suerte encontraremos un dial que nos guste –en la vida ese algo, o ese alguien-, y trataremos de mantenerla en un lugar en el que nadie pueda darla un codazo y desplazarla –en la vida conservar ese algo o ese alguien-. Sin embargo, no siempre lo conseguiremos.  O no siempre lo querremos conseguir.

Habrá veces en las que venga el viento y nos pille con las ventanas de la tintorería bajadas, moviendo la radio, y dejando así inservible el dial –en la vida, aquellas circunstancias externas, que no dependen de nosotros mismos-. Con suerte, seremos capaces de devolver la radio a su posición original de forma que podremos recuperar el dial, y seguir escuchando esa emisora –en la vida, dominar ese elemento externo que nos ha arrebatado aquello de lo que disfrutábamos-.

Otras veces, sin embargo, seremos nosotros quienes cambiemos la radio de lugar o toquemos la antena. Quienes giremos la rueda para tratar de cambiar de dial –en la vida, las decisiones que tomemos- para buscar otro diferente -en la vida, abandonaremos ese algo o ese alguien, con la esperanza de encontrar otro mejor-. Ese giro de rueda –esa decisión-, podrá conllevar el descubrimiento de un nuevo dial –ese algo, o ese alguien- que merezca la pena. O no.

Hay un elemento, sin embargo, sin el cual la radio no podría funcionar: la electricidad. Ésta es la que dará a la radio la fuerza suficiente para conseguir sonar. En la vida, este elemento se podría identificar con aquellas cosas o personas que nos dan fuerzas para conseguir nuestro objetivo –en la radio, encontrar ese dial-. Algunos lo llamarán ánimos –en la radio, corriente eléctrica-, otros lo llamarán ondas – en la vida, sentimientos-.

Y otros sin embargo, lo llamaremos ilusión.”


3 dic 2013

Nosotros somos los que permanecemos.



Apenas debía pasar un cuarto de hora de las tres de la tarde de aquel primer domingo de marzo cuando en la estación de tren de Sants me despedí de una de esas personas que el azar pone a veces en nuestras vidas. De un Amigo con mayúsculas. Pero no uno cualquiera, sino uno de esos a los que si llamas para confesarle un crimen te responde que dónde enterráis el cadáver.

Estábamos allí, al borde de la puerta que me permitía el acceso al andén del AVE que me llevaba de vuelta a casa, cuando tras darme un abrazo me dijo:

- Tío, mucha suerte con ella.
- Ella podrá ir o venir, pero nosotros somos los que permanecemos – le respondí yo.

El caso es que sin haber inventado nada nuevo, y sin ser consciente en aquel momento de la trascendencia de lo dicho, aquella frase tan inocente en apariencia, ese “nosotros somos los que permanecemos” caló hondo; hasta tal punto que terminamos por convertirla en una máxima que aplicamos de forma incondicional.

Os preguntaréis a santo de qué viene todo esto. Pues bien, viene a que el tiempo (que suele ser buen juez, siempre que no le toca ser parte) terminó por darme –muy a mi pesar- la razón: ella decidió irse. Hoy, 3 de diciembre, hace 9 meses que aquella despedida tan cinematográfica tuvo lugar. Y efectivamente, nosotros somos los que permanecemos.

En este tiempo, que ha durado lo que dura un embarazo, hemos vivido mil y una peripecias, buenos y malos momentos, mejores y peores noches; pero todo ello bajo un denominador común: nosotros seguíamos aquí. Aquellos que nos despedíamos en la estación de Sants, hemos permanecido. Porque la amistad es así.

Hay personas en la vida que van y vienen, que vuelven y se van. Hay algunas que, como las estrellas fugaces, brillan lo que dura un parpadeo; y aun así tienen tiempo de imprimir una huella imborrable. Y luego están los amigos de verdad, que sobreviven a todas las anteriores. Que, pase lo que pase con esas otras, permanecen.