9 jul 2024

Abierto por vacaciones - VI.

Como llevo mucho tiempo sin escribir, tengo una nota en el iPhone con cosas que quería haber dicho aquí hace tres meses. Tal vez quede todo un tanto inconexo, pero es que últimamente todo está un poco así en mi cabeza.

El otro día acabé la tesis, que para mí ha sido lo mismo que decir que terminé de subir un ocho mil sin oxígeno, sin sherpa, sin cuerdas, sin víveres y en pelotas en pleno invierno. Después de tres años que si sí, que si no, resulta que lo único que necesitaba para terminarla era un trabajo que me motivase en el horizonte. Y vaya si me motivó.

A veces llegas a un sitio y, sin saber muy bien por qué, detectas algo en el ambiente que te pone en guardia, aunque no sepas muy bien lo que es. En mi caso, nunca llegué a adivinar qué era lo que me echaba para atrás, pero desde un principio supe que Texas no iba a ser para mí. Y era verdad. El día que me fui de Waco sólo sentí pena por algunas de las personas que dejaba atrás.

No recuerdo en qué momento de este año sucedió exactamente, pero después de mucho tiempo fui capaz de volver a concentrarme en leer una novela, abstraerme y leer algo sin pensar que tengo que sacar rédito de ello. Fue Saber perder, de David Trueba, y me gustó porque es eso, una novela de perdedores, una maraña de desgraciados que terminan por aceptar su destino. Saber resignarse ante la evidente derrota es un síntoma de madurez. Lo difícil en la vida no es perder, es saber hacerlo con elegancia.

Una idea. Dos personas que se quieren de verdad siempre deberían encontrar el modo de estar juntas. 

Hace algún tiempo escuché a Luis Herrero decir que Felipe Mellizo se había tirado años enviando crónicas de Londres desde El Escorial y que, aparentemente eran tan buenas, que su jefe no había sospechado hasta que se enteró. Tal vez porque siempre he escrito el guion de mi vida con renglones torcidos, siento una extraña fascinación por estas historias de canallas que desafían las normas del sistema. No sé si se trata de algo aspiracional o si, por el contrario, le encuentro un gran valor literario, pero no puedo evitar admirarlo.

Al final de Catch Me if You Can, Carl Hanratty va a ver a Frank Abagnale Jr., que ya trabaja para el FBI, al aeropuerto cuando está a punto de fugarse de nuevo. Una vez allí, lo encuentra y le dice: “You will be back on Monday. Nobody is chasing you”. Y el lunes regresa, claro, porque en realidad para él todo es un juego, una boutade, una partidita al escondite. Siempre que veo esta escena me hace pensar cuántas veces habré huido de algún sitio esperando a que me persiguieran, que me pidieran volver. Y siempre acabo pensando que el amor es algo así. Primero atosigas hasta que te hacen el caso que querías y después liberas con la esperanza de que quieran volver, de que quieran quedarse a tu lado.

Apapachar viene del nahuatl y significa abrazar con el alma. 

“Michael is chasing Kimmy. You are chasing Michael. Who’s chasing you? There is your answer”. George a Julianne en My Best Friend’s Wedding.

Con el doctorado pasa un poco lo mismo que cuando subes una montaña. Una vez que llegas arriba, parece menos esfuerzo de lo que ha sido porque ya lo has conseguido. El premio, en mi caso, ha sido decirle a todo el mundo que ya puedo recetar ibuprofenos y usar mi título como voz de autoridad para decir gilipolleces; algo que, por otra parte, ya hacía antes (lo de las tonterías, no lo de expedir recetas, que tampoco lo hago ahora).

El rango vocal de Caetano Veloso interpretando esta canción de Bola de Nieve. 

Acabo con una frase de Juan Gabriel, a quien en una entrevista hace años le preguntaron si era gay, a lo cual respondió con mucha gracia diciendo: “Lo que se ve no se pregunta”. 

Lo de Felipe Mellizo con la querida en la Plaza Roja de Moscú haciéndose pasar por un ruso cuando se encontró con su mujer… lo dejo para otro día.

14 mar 2024

Qué leche de bollitos.

Cuando murió Florencio, como ya no lo conocía, decidimos dejarla en casa. Total, no se había enterado de que unas horas antes se acababa de ir aquel hombre con el que había compartido más de sesenta años de su vida. El alzhéimer, que ya entonces había hecho sus estragos, le ahorró el mal trago, a diferencia de mi otra abuela --la última que desde ayer me queda-- que había perdido a su marido 6 días antes, y 7 años después de aquello aún lo sigue extrañando. 

En casa, Quintanilla de Trigueros siempre fue un lugar casi mitológico del que hablaban mi padre y mis tíos. Una especie de Macondo castellano donde ellos comenzaron a descubrir el mundo y al que yo nunca llegué a visitar. Era tan grande esa rama de la familia, los Roldán, que ya hubieran querido los Buendía. De Valladolid venimos y a Valladolid habrá que ir pronto a desandar lo andado. Allí comienza esta estirpe de hijos de Melecio.

Algo que le perdono a medias es que se haya ido y se haya llevado la receta de las mejores croquetas de jamón que yo recuerdo. Nunca supe muy bien cómo las hacía, ni qué echaba. Sé, a buen seguro, que jamás midió la harina que ponía y que a veces retiraba la cebolla y otras no. De ella aprendí que, a pesar de que recién fritas estén muy buenas, cuando realmente se disfrutan es frías en el aperitivo al día siguiente. Eso, y sus flanes de vainilla, que hacía como nadie. Ah, y las palabras catacaldos y lechucear, que forman, desde hace años, parte de mi diccionario culinario-sentimental.

De su casa recuerdo los botes del Colacao que albergaban dentro siempre de todo menos Colacao. Desde galletas María hasta pan rallado, pasando por Dios sabe qué. Hace un par de meses, sin saberlo, le rendí el último homenaje al reutilizar uno de esos botes para guardar un paquete de harina. Hoy, por ayer, al despertar, sin saber lo que se venía, lo vi allí anidado al fondo del armario y pensé en ella. La vida a veces tiene estas cosas extrañas.

La Colasa, que así es como la llamaban mis tíos (y el resto por extensión), o Currilla (como le decía sólo mi padre) tenía la costumbre de comerse dos trozos de tarta en cada cumpleaños. “Por si es el último que celebramos”, decía siempre. En la terraza del pisito de Benidorm, donde el abuelo se autonombró hijo adoptivo de Villaconejos, pasó dos décadas cumpliendo años, algunos de ellos acompañada por nosotros, que acostumbrábamos a visitar de tarde en tarde, de puente en puente y de verano en verano.

Ahora que ya no está aquí, me la imagino lúcida, recobrando la memoria en un lugar mejor, acompañada de Florencio y diciéndole aquello de “¡Este hombre!”. Me los imagino a ambos, amarraditos los dos hasta el Rincón de Loix, al que tantas tardes llegaron el uno del brazo del otro y desde el que, a partir de ahora, nos esperan al resto. ¡Qué leche de bollitos!