La vida pasa
demasiado deprisa. Los tiempos corren frenéticos, y apenas dejan segundos para
reparar en los cambios que, de forma sibilina, las agujas del reloj van
operando. Estás viviendo en un país, y sin darte muy bien cuenta de cómo ni por
qué, te ves a ti mismo en otro diferente sin saber muy bien cómo has llegado
hasta él. Tan pronto es lunes como de repente es viernes. Tan pronto viernes
como es domingo. Y así con todo. Uno va haciéndose mayor sin saber cómo. Sin
entender cómo es posible que ayer estuviese comenzando la carrera y de repente
esté trabajando.
El caso es que un
día te miras al espejo, y de repente te das cuenta de que tienes más años que
gran parte de los jugadores de tu equipo favorito. O que uno de tus jugadores
preferidos cuando eras pequeño se ha retirado. O que aquel grupo que te gustaba
tanto se acabó separando y llevas años escuchando las mismas canciones de
siempre porque ya no habrá ninguna nueva. De pronto, el bar en el que te tomaste
tu primera copa cerró. Ahora las resacas te duran dos días en lugar de una
mañana, y hasta has empezado a olvidar los nombres de algunos de tus compañeros
del colegio. Por ocurrir cosas, hasta se empiezan a resentir los achaques de aquellas
cosas que no hiciste cuando debías.
Lo que ocurre es
que, aunque ya nunca vayamos a ir a un concierto de los Sunday, no todo son
desventajas en esto de crecer. De esta manera, muchas veces se consiguen
dominar los instintos. Se aprende a apreciar algunas cosas que otrora eran
invisibles, y casi de forma automática, la vida te ayuda a hacer una criba para
saber los que de verdad son tus amigos. En el mejor de los casos, incluso te
permite apreciar cómo efectivamente el tiempo pone a cada uno en su sitio. Cómo
las heridas van cicatrizando casi sin que te des cuenta.
Con el tiempo se
aprende a relativizar sobre la importancia de las cosas. Se tiene una
conciencia diferente de lo que supone la palabra problema –que por cierto dista
bastante de que tu madre encuentre por primera vez un paquete de tabaco en tu
mesilla- y se ve, en muchas ocasiones, con mayor clarividencia cuál es la
solución de los que realmente lo son. Se vuelve uno más cauto, y se termina por
comprender que al final todo el mundo decepciona, y que la clave es no
esperar mucho de nadie. Se revisan las creencias y las ideologías, y se aprende
que lo que no haga uno por sí mismo, no lo harán los demás. En otras palabras, que si realmente quieres
conseguir algo, estás obligado a luchar por ello.