Cuéntame, tú que aún no lo sabes, cuál es la quintaesencia
de los ratos que perdemos y a cuánto asciende la suma de facturas retornadas a
la vuelta del camino de las dudas. Pregúntame, tú que sólo lo sospechas, cuál
es la unidad de medida de la ausencia y a qué suena el silencio más atroz.
Dime, tú que me conoces, por qué somos y no somos y buscamos siempre un giro
más y un paso menos, por qué siempre y nunca, y nunca tal vez sí y quizás no ni
puede. Tú, atrévete a desenclavarme de este sueño. Encógeme los dedos y conviérteme
en pedazos de papel y prende fuego. Extíngueme, disuelto entre tus brazos como
una inútil solución. Y déjame, por esta vez, arder sin miedo.
17 abr 2018
5 abr 2018
Resulta que.
Resulta que la vida pasa. Y que
un día de repente ves aquella película que hace diez años te había dejado indiferente
y de repente te emociona. Y no entiendes el porqué de no reconocerte en aquella
persona que fuiste. Y no reniegas de ti mismo, claro, pero no comprendes que
aquel plano subjetivo entonces no te hiciera un nudo en la garganta, ni que
aquella canción del final con la cámara moviéndose al ritmo del ballet no se te
quedase en la cabeza y fueses tarareándola por las esquinas. Y así con todo.
Un día, de pronto abres un álbum,
ves una foto y no te reconoces. No asocias la imagen de aquel tipo que nada
tiene que ver contigo, y además no concibes haber sido algún día esa persona. Tu
cabeza no alcanza a comprender que en aquel preciso instante no fueras capaz de
observarte a ti mismo con los ojos de lo que serías en el futuro, con una
cierta vergüenza y un cierto desasosiego. Te ves en una foto y te sientes como
aquellas cantantes ochenteras de pelo rizado, flequillo y coderas. Como si no
fueses tú.
¿Y qué me dices de aquel libro?
Aquello tan impactante que habías leído, que en el momento te traspasó.
Subrayas una frase y la relees después de un lustro. Y al releer te preguntas
si sería aquel tu pulso, tu subrayado y hasta tu letra al margen. No tiene
sentido, desde tus ojos del presente, prostituir una página de esa manera sólo
por algo que ya no te remueve la conciencia. Pero sigues. Hojeas y descubres que
quien leyó aquello en ese momento ya no eres tú. Que ya nunca volverás a ser
aquella persona que dejó una marca para la posteridad sobre una frase a la que
ya no encuentras el sentido.
Resulta que la vida pasa, sí. Y
que dentro de algún tiempo mirarás hacia atrás y sentirás, quizás, un cierto sonrojo al
recordar la persona que ahora eres. Y volverás a dudar de ti y de tus gustos
pasados. Y con suerte, habrás mejorado lo suficiente como para darte cuenta de
que, después de todo, aquella película que entonces no te emocionó, a fin de
cuentas, tampoco era tan mala.
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