Aunque no muy a menudo, de vez en cuando siento que mi
cuerpo y mi cabeza viven en momentos diferentes. O sea, que yo estoy en el
ahora escribiendo esto mientras que una parte de mí se encuentra, de forma
inconsciente, anclada a un momento del pasado que va mutando de manera
constante en función de aquello que me salta a la vista. Los objetos,
portadores involuntarios de recuerdos, me trasladan sin quererlo a un otrora
pretérito, seleccionando alevosamente alguno de los episodios que almacena mi
memoria y reproduciéndolo en mi mente sin permiso alguno; alterando así los
cimientos de mi frágil cordura. De este modo, cualquier cosa a mi alrededor es
susceptible de resultar en un repentino sobresalto, de hacerme viajar
mentalmente a otro tiempo. De invitarme a revivir una sensación que por mucho
que quiera ya no volverá. Y de exponerme a los riesgos que entraña restaurar de
forma inesperada el curioso almanaque de los días que se fueron.
De hacerme sentir vivo, al fin y al cabo.