29 jun 2014

Mienten.



Miente aquel que llora mientras ríe en su interior, quien le pone al mal tiempo buena cara por decreto, aquel que se hace protagonista de historias no vividas, y miente quien sale a por tabaco y vuelve a casa al cabo de una hora.

Miente quien no cumple aquello que promete, quien se rinde a la evidencia cuando ésta no está tan clara, aquel que renuncia a sentir miedo a sabiendas de que no podrá reaccionar ante el abismo de la falta de sus besos.

Miente cuando canta el gallo de noche sin tener claro por qué, aquel que finge sentirse cómodo en la sombra pero enciende la luz en soledad. Quien no puede aguantar a la presión del día a día, y se baña por las noches en ginebra para soportar el devenir de la mañana de después.

Mienten los domingos que prometen tardes cortas y tranquilas de manta-peli-y-libro en el sofá. Mienten los prospectos de los besos cuando ignoran que algunos tienen contraindicaciones y efectos secundarios. No mienten, pero yerran aquellos que no alcanzan a comprender que la peor de las resacas nada tiene que ver con el alcohol.

Mienten los endecasílabos cuando tienen trece sílabas, y los alejandrinos cuando tienen dieciséis. Miente el poeta cuando asegura ser feliz y nunca hombre atormentado.

Por mentir, hasta la mentira miente, cuando dice que no quiere ser verdad.

26 jun 2014

Doce veintiseises.



Ya van doce veintiseises y ni rastro de un porqué que justifique un “¿por qué no?”. No se atisba, ni queriendo, una razón por la que no hubiera que haber sido un poco más valientes. Y menos ahora que el tiempo tiene fecha de caducidad. Apenas cuatro indirectas mal tiradas a destiempo y con desgana por los dos, y en la cabeza una vez más un pensamiento: lo que pudo ser y no fue.

¿Que a qué viene todo esto? Pues a que son casi las once. Y a que ya van doce veintiseises. Y a que todavía a estas horas, si me preguntas por qué, te diré que por qué no.

24 jun 2014

Lo de siempre.



Lo de siempre. No como inexacta medida temporal. Ni como una historia repetida. Ni siquiera como algo que perdura con carácter indefinido sin saber muy bien por qué.

Lo de siempre como frase predeterminada, como reflejo de una fidelidad desinteresada. Como gesto de complicidad a una persona que te entiende, que no necesita más que una mirada para saber lo que le dices.

Lo de siempre como forma de perseverar en una idea aunque te duela, de conseguir permanecer en el retén de la memoria de los otros, de perdurar en el intento de no desfallecer ante la duda que asalta ante algunos espejos vengativos.

Lo de siempre como resumen de un estilo definido, como extracto vital. Como ausencia de renuncia a los propios ideales, incluso cuando el barco se hunda y no quede en él ni el capitán. Como forma de enfrentarte a los problemas.

Lo de siempre como estigma, como restos de un naufragio inevitable. Como símbolo imborrable de permanencia en un estado mental determinado. Como declaración de principios, y como remedio contra finales tristemente anticipados.

Lo de siempre no es más que lo de ayer, visto un día -o un año- después.