Como llevo mucho tiempo sin escribir, tengo una nota en el iPhone con cosas que quería haber dicho aquí hace tres meses. Tal vez quede todo un tanto inconexo, pero es que últimamente todo está un poco así en mi cabeza.
El otro día acabé la tesis, que para mí ha sido lo mismo que decir que terminé de subir un ocho mil sin oxígeno, sin sherpa, sin cuerdas, sin víveres y en pelotas en pleno invierno. Después de tres años que si sí, que si no, resulta que lo único que necesitaba para terminarla era un trabajo que me motivase en el horizonte. Y vaya si me motivó.
A veces llegas a un sitio y, sin saber muy bien por qué, detectas algo en el ambiente que te pone en guardia, aunque no sepas muy bien lo que es. En mi caso, nunca llegué a adivinar qué era lo que me echaba para atrás, pero desde un principio supe que Texas no iba a ser para mí. Y era verdad. El día que me fui de Waco sólo sentí pena por algunas de las personas que dejaba atrás.
No recuerdo en qué momento de este año sucedió exactamente, pero después de mucho tiempo fui capaz de volver a concentrarme en leer una novela, abstraerme y leer algo sin pensar que tengo que sacar rédito de ello. Fue Saber perder, de David Trueba, y me gustó porque es eso, una novela de perdedores, una maraña de desgraciados que terminan por aceptar su destino. Saber resignarse ante la evidente derrota es un síntoma de madurez. Lo difícil en la vida no es perder, es saber hacerlo con elegancia.
Una idea. Dos personas que se quieren de verdad siempre deberían encontrar el modo de estar juntas.
Hace algún tiempo escuché a Luis Herrero decir que Felipe Mellizo se había tirado años enviando crónicas de Londres desde El Escorial y que, aparentemente eran tan buenas, que su jefe no había sospechado hasta que se enteró. Tal vez porque siempre he escrito el guion de mi vida con renglones torcidos, siento una extraña fascinación por estas historias de canallas que desafían las normas del sistema. No sé si se trata de algo aspiracional o si, por el contrario, le encuentro un gran valor literario, pero no puedo evitar admirarlo.
Al final de Catch Me if You Can, Carl Hanratty va a ver a Frank Abagnale Jr., que ya trabaja para el FBI, al aeropuerto cuando está a punto de fugarse de nuevo. Una vez allí, lo encuentra y le dice: “You will be back on Monday. Nobody is chasing you”. Y el lunes regresa, claro, porque en realidad para él todo es un juego, una boutade, una partidita al escondite. Siempre que veo esta escena me hace pensar cuántas veces habré huido de algún sitio esperando a que me persiguieran, que me pidieran volver. Y siempre acabo pensando que el amor es algo así. Primero atosigas hasta que te hacen el caso que querías y después liberas con la esperanza de que quieran volver, de que quieran quedarse a tu lado.
Apapachar viene del nahuatl y significa abrazar con el alma.
“Michael is chasing Kimmy. You are chasing Michael. Who’s chasing you? There is your answer”. George a Julianne en My Best Friend’s Wedding.
Con el doctorado pasa un poco lo mismo que cuando subes una montaña. Una vez que llegas arriba, parece menos esfuerzo de lo que ha sido porque ya lo has conseguido. El premio, en mi caso, ha sido decirle a todo el mundo que ya puedo recetar ibuprofenos y usar mi título como voz de autoridad para decir gilipolleces; algo que, por otra parte, ya hacía antes (lo de las tonterías, no lo de expedir recetas, que tampoco lo hago ahora).
El rango vocal de Caetano Veloso interpretando esta canción de Bola de Nieve.
Acabo con una frase de Juan Gabriel, a quien en una entrevista hace años le preguntaron si era gay, a lo cual respondió con mucha gracia diciendo: “Lo que se ve no se pregunta”.
Lo de Felipe Mellizo con la querida en la Plaza Roja de Moscú haciéndose pasar por un ruso cuando se encontró con su mujer… lo dejo para otro día.