Una de las cosas que más me gusta de la literatura es la
posibilidad de indagar en detalles que van más allá de las propias obras, cosas
como las circunstancias en que fueron escritas, las correcciones que hubieron
de hacerse o los porqués de su autor, forman parte del elenco de detalles que
suelen saciar mi generalmente insana curiosidad. Quizás sea por eso que con el
tiempo haya acabado encontrando en la autobiografía mi sitio. Porque en el
fondo hay un voyeur dentro de mí que no puede evitar fijar su ojo en la mirilla
de la vida del escritor. O a lo mejor no, a lo mejor es simplemente un idilio
pasajero con las vivencias ajenas. A saber.
Ya sea por uno u otro motivo, fruto de este irreprimible deseo
por conocer los entresijos que rodeaban a Tres
tristes tigres, acabé dando con una historia de las que merece la pena
contar, primero por lo literario del asunto y segundo, porque demuestra cómo a
veces, de las situaciones más aparentemente negativas, acaban inesperadamente
saliendo cosas maravillosas.
Cabrera Infante nació en Gibara (Cuba) en 1929 y no tardó
mucho en mudarse a La Habana, donde durante varios años hizo carrera como
escritor y crítico de cine. Como al principio de los tiempos tenía una relación
estrecha con la revolución, en 1959, tras el triunfo de Fidel Castro acabó
dirigiendo un suplemento cultural semanal que acompañaba al diario Revolución y
que se llamó Lunes. Tal era su vinculación con el régimen que fue incluso
nombrado Jefe del Consejo Nacional de Cultura. Vamos, que vivía absolutamente
obnubilado por las bondades que la Revolución
trajo a Cuba.
Dentro de esta tesitura en la que todavía estaba enamorado
de la Revolución, en el año 1961 escribió un librito llamado Ella cantaba boleros que con el tiempo
se acabaría convirtiendo en su archiconocido
Tres tristes tigres. Aquel fue premiado en el año 1964 con el premio
Biblioteca Breve de Seix Barral bajo el título Vista de amanecer en el trópico, obra que no sería publicada hasta
1974 debido a que sus constantes alabanzas al movimiento revolucionario cubano
le hicieron chocar con la censura franquista.
Paralelamente y en interés de la historia que aquí cuento, es
necesario apuntar que en 1961 su hermano Sabá produjo junto con Orlando Jiménez
Leal y Néstor Armenteros un corto llamado PM
(Pasado Meridiano) que desató una
gran polémica y acabó con el exilio no sólo de los anteriores, sino del propio
Cabrera Infante. Éste último acabaría de Agregado Cultural en la embajada de
Cuba en Bruselas y sólo pudo regresar a su patria natal en el año 1965 a despedirse
y asistir al funeral de su madre. Allí, como cuenta en Mapa dibujado por un espía pasó cuatro meses tratando de salir de
una isla a la que no pudo regresar jamás.
Tras estos desatinos, la opinión del escritor del régimen
castrista cambió, lógicamente. Así, tras regresar a Bélgica decidió pasar una
temporada en España (donde por culpa del franquismo no duró demasiado) como
paso previo a su mudanza definitiva a Londres, lugar donde moriría. Y en este
punto supongo que el lector se estará preguntando, ¿todo esto, para qué? Pues
para explicar que en 1967 salió publicada en Barcelona la maravillosa Tres tristes tigres, novela a la cual se
le habían realizado de forma forzosa los 22 cambios que el censor franquista
había señalado como necesarios al leer Vista
de amanecer en el trópico. Es decir, una obra desprovista de cualquier tipo
de loa al castrismo, mucho más afín a la entonces visión del régimen del
escritor cubano.
Casualidades de la vida, fue la censura franquista la que
hizo que la obra más importante que publicó Guillermo Cabrera Infante no
tuviera referencia positiva alguna al régimen que le había vetado regresar a su
patria de por vida. Este hecho no pasó desapercibido para el escritor, quien en
el año 1979 publicó un artículo en Espiral
llamado “El censor como obsexo” en el cual daba las gracias al censor español
por haberle permitido publicar una obra desprovista de alabanza alguna a un
movimiento revolucionario que le había condenado al exilio.
Y así es cómo una situación tan aparentemente negativa como
ser censurado por el franquismo, rocambolescamente acabó propiciando que
Cabrera Infante pudiera publicar el libro que, en ese momento, habría querido
escribir. La vida en estado puro, vamos.