31 dic 2022

Despedida y cierre.

El uno de enero, mientras veía la Marcha Radetzky en la tele, se me ocurrió que igual era buena idea, ya que nadie me había dado la oportunidad de hacerlo en un medio ajeno, de escribir una columna cada domingo en mi blog. Así que, como no sabía dónde me metía, me propuse publicar unas cuantas palabras cada semana, a ver si así algún ojeador de estos que tienen los periódicos —es tal mi desconocimiento que imagino que funcionan como un equipo de fútbol— se fijaba en mí y me dejaba debutar. El resultado es que al final he acabado escribiendo 52 textos (contando este) de diversa factura y no tiene pinta, a 31 de diciembre, de que ningún medio me vaya a invitar a formar parte de su cohorte de plumillas. Otra vez será, Miguel.

Mentiría si dijera que me ofende que no me hayan llamado, pues en el fondo siempre he sido consciente de que la mayoría de estas entradas se corresponden más con un diario personal que con una tribuna periodística. Juro que lo he intentado, pero me resulta casi imposible escapar a la vis atractiva del yo. No tanto porque no me guste todo aquello que no concierne a mi propio ser, sino más bien porque no sirvo para escribir del resto. No sé muy bien si lo que escribo pertenece a algún género o si es un género en sí mismo —un montón de papeles—, pero sospecho que sea lo que sea no tiene cabida en cualquier otro panfleto que no sea el mío. La divulgación de uno, al final y al cabo no es divulgación sino confesión, incluso cuando, como aquí es el caso, muchas veces se hace en clave.

Una cosa que he aprendido en todo este tiempo es que para escribir es fundamental ser capaz de abstraerse de las propias circunstancias, aunque siempre acabes abusando del mí, me, conmigo. Vamos, que algunos días las palabras no salen porque la vida no fluye. A principios de año, con apenas media columna publicada, me hicieron creer que me estaba muriendo bastante antes de lo que me gustaría. Ese domingo, no obstante, publiqué algo que no tenía nada que ver con mí mismo. Fueron varias, de hecho, las semanas que tardé en descubrir que fuese lo que fuese lo que me pasara, no parecía ser algo tan mortal. Y lo agradecí, claro, porque estoy en una época de mi vida cargada hasta los topes de expectativas y cambios, y para qué engañarnos, ahora mismo me viene fatal morirme. 

A quienes pasaron por aquí en algún momento de este año o de los últimos 10: gracias. A quienes lo hicieron suyo y me respondieron, a los que se pasan por Instagram, a los que lo comparten, a los que piensan que es una pérdida de tiempo: gracias. A pesar de que escribo porque me gusta, sería injusto decir que no lo hago para que me lean, de otro modo todas estas palabras permanecerían olvidadas en cualquier cajón. Después de una década y más de doscientas cuarenta entradas, creo que ha llegado la hora de poner montonesdepapeles en stand-by al menos hasta que defienda la tesis, que a pesar del ínclito título de esta saga, ya no puede esperar más. O eso creo.

Feliz 2023. Y feliz vida.



3 comentarios:

  1. ¿En serio? ¡No lo dejes! Me encanta leerte. Lo haces muy bien. Eres capaz de convertir un simple pensamiento o algo cotidiano en un buen relato. Tienes talento. Aunque sea una vez al mes. Siempre tendrás algo que compartir.

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  2. La tesis no puede esperar, pero nosotros sí que podemos esperar a que tú vuelvas a necesitar escribir. Te extrañaremos mucho más de lo que tú imaginas.
    Ha sido un verdadero placer compartir pensamientos y sentimientos contigo. Escribe cuando te apetezca y sin tener ninguna obligación, semanal, o del tipo que sea.
    Siempre será un placer reencontrarse con tus palabras.
    ¡Suerte con la tesis!

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