2 ene 2022

Sorrentino.

El otro día vi la última de Sorrentino —que para mí en realidad era la primera, pues siempre llego tarde a todo— y me pareció que era un acto de rebeldía. Una reivindicación de la belleza en este parque temático de la mediocridad en que hemos convertido el mundo. En ella, Fabietto, que es el alter ego del propio Paolo, lucha por comprenderse a sí mismo mientras casi todo a su alrededor se desmorona. Reflexiona sobre los porqués de su existencia y acaba llegando a la conclusión —esto lo sabemos por el resultado de la cinta— de que no vale sólo con hacer las cosas: también hay que hacerlas bonitas. Un poco como Buzzlight Year, que no estaba claro si volaba, pero a buen seguro caía con estilo.

Sorrentino está obsesionado con filmar el punto de fuga y yo desde que vi la película estoy obsesionado con Sorrentino. Plano tras plano, escena tras escena, muestra que la vida es un camino sin retorno. La imagen se acerca misteriosa hacia el fondo, del mismo modo que todos caminamos de forma inexorable hacia la orilla más próxima del Leteo. Más allá de la evidencia gráfica del proceso, el movimiento de la cámara deja un mensaje: ya que hay que caminar hacia adelante, ya que algún día miraremos a los ojos a la muerte, tratemos al menos de hacerlo bajo un criterio estético. Como el ruido incesante de las motoras cuando surcan las olas en el mar, que hacen “tuff… tuff… tuff”.

Ya casi al final, Fabietto se encuentra con Capuano y éste le dice que no vale sólo con que le pasen cosas: ¡es necesario tener algo que contar, Schisa! Así que, apropiándome de la frase, he decidido que ese va a ser el criterio de 2022 y de esta pequeña columna semanal. Tratar de contar lo que me pase (por la cabeza) y hacerlo además persiguiendo la belleza. El objetivo es claro: evitar sentarme a escribir lo que debo, que es por norma mucho menos apetecible que lo que no. Seamos serios, después de más de un año de retraso, me engañaría a mí mismo si les dijera lo contrario: la tesis puede esperar. 


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