19 jul 2016

New kid in town.

En la primera página de Opiniones de un payaso, en la que por cierto anida una tarjeta de El Botánico a modo de marca páginas, Heinrich Böhl, describe cómo el protagonista, cada vez que llega a la estación de Bonn, enciende lo que él denomina el piloto automático y lleva a cabo una serie de automatismos que van desde bajar las escaleras del andén hasta llamar un taxi, pasando -entre otras cosas- por comprar los periódicos de la tarde o sacar el billete del bolsillo del abrigo.

Ese proceso de movimientos reflejos, casi coreográficos, de alguna manera lo he llevado yo a cabo en cada uno de mis regresos desde Alabama durante el último año y medio. Aterrizar, encender el teléfono cuya tarjeta previamente había cambiado a mi número español tras despegar el vuelo, desembarcar lo más rápido posible del avión, y una vez pisado el suelo de Madrid, ponerme los auriculares y escuchar en bucle el New kid in town de Eagles en el interminable tiempo que transcurría hasta llegar a la sala de recogida de equipajes; esa era, groso modo, mi rutina.

De todo ese proceso casi automático, hay una parte que durante todo ese tiempo fue especialmente simbólica para mí: la canción. No tengo claro que sea un gran tema, ni me importa demasiado, sinceramente. Pero de alguna manera, con ella me ocurre lo que a los perros de Pavlov cuando escuchaban el metrónomo. Escucharla me pone alerta, me retrotrae a ese momento del regreso, y me hace de algún modo revivir esas sensaciones previas a la salida de la terminal, esa ilusión que me embriagaba cada vez que volvía a casa después de un tiempo fuera.


El New kid in town, que descubrí accidentalmente viendo un documental sobre Fernando Martín, representa para mí toda esa idea de reencuentro con la gente a la que a lo largo de algunos meses había estado echando de menos. Tiene ese sabor inconfundible del regreso, de volver a saborear el aire de Madrid, de no sentirme extranjero en aquellos lugares que algún día me fueron propios. Simboliza ese eterno retorno a aquella última estrofa de Noción de patria que escribía Benedetti. La vuelta, en último término al germen de la huida, el comienzo de la cuenta atrás para volver a ser, valga la redundancia si la hay, el new kid in town.  

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