En la primera página de Opiniones de un payaso, en la que por
cierto anida una tarjeta de El Botánico a modo de marca páginas, Heinrich Böhl, describe cómo el
protagonista, cada vez que llega a la estación de Bonn, enciende lo que él
denomina el piloto automático y lleva a cabo una serie de automatismos que van
desde bajar las escaleras del andén hasta llamar un taxi, pasando -entre otras
cosas- por comprar los periódicos de la tarde o sacar el billete del bolsillo
del abrigo.
Ese proceso de movimientos
reflejos, casi coreográficos, de alguna manera lo he llevado yo a cabo en cada
uno de mis regresos desde Alabama durante el último año y medio. Aterrizar,
encender el teléfono cuya tarjeta previamente había cambiado a mi número
español tras despegar el vuelo, desembarcar lo más rápido posible del avión, y
una vez pisado el suelo de Madrid, ponerme los auriculares y escuchar en bucle el
New kid in town de Eagles en el
interminable tiempo que transcurría hasta llegar a la sala de recogida de
equipajes; esa era, groso modo, mi rutina.
De todo ese proceso casi
automático, hay una parte que durante todo ese tiempo fue especialmente
simbólica para mí: la canción. No tengo claro que sea un gran tema, ni me
importa demasiado, sinceramente. Pero de alguna manera, con ella me ocurre lo
que a los perros de Pavlov cuando escuchaban el metrónomo. Escucharla me pone
alerta, me retrotrae a ese momento del regreso, y me hace de algún modo revivir
esas sensaciones previas a la salida de la terminal, esa ilusión que me embriagaba
cada vez que volvía a casa después de un tiempo fuera.
El New kid in town, que descubrí accidentalmente viendo un documental
sobre Fernando Martín, representa para mí toda esa idea de reencuentro con la
gente a la que a lo largo de algunos meses había estado echando de menos. Tiene
ese sabor inconfundible del regreso, de volver a saborear el aire de Madrid, de
no sentirme extranjero en aquellos lugares que algún día me fueron propios.
Simboliza ese eterno retorno a aquella última estrofa de Noción de patria que escribía Benedetti. La vuelta, en último
término al germen de la huida, el comienzo de la cuenta atrás para volver a
ser, valga la redundancia si la hay, el new kid in town.
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