25 jul 2016

B 612.

Esta tarde releí El Principito. No sé muy bien por qué, pero me apetecía subirme por un rato al Asteroide B 612 y recorrer el universo que Saint-Exupéry dibujó, adentrarme en las entrañas de la boa y tratar de desenmarañarlas para liberar al elefante que habitaba aquella silueta de sombrero. El caso es que a lo largo de las 92 páginas de mi edición, he estado tratando de leer con otros ojos lo que ya había leído; intentando encontrar algo de miga en lo que otrora fue corteza, diamantes entre el carbón.

El libro, que evidentemente no pretendo descubrir, esconde bajo la forma de un cuento algunas reflexiones que, en tardes como la de hoy, se me antojan, sino imprescindibles, al menos pertinentes. El Principito -el personaje- ve, a través de los ojos de un niño, un mundo de mayores, de gente que no alcanza a comprender. Conserva la imaginación suficiente como para ver, dentro de una caja, al cordero que ésta contiene. Y al mismo tiempo, el raciocinio suficiente para darse cuenta de que el mundo de los mayores, salvo contadas excepciones, es un mundo en el que reina el egoísmo.

El Principito es inocente, pero no es tonto. En uno de sus viajes coincide con un zorro del cual salen algunas de las palabras más inspiradoras de la obra. Éste, que es un animal astuto, aporta la parte de la experiencia que no se puede observar a tan temprana edad. Introduce el concepto de domesticar, mediante el que le explica el proceso a través del cual las personas se convierten en especiales. Cómo cuando alguien va conectando con otro alguien, tiene que tener en mente la idea de que a la larga, la desaparición de ese alguien puede significar un motivo de tristeza. Una especie de nostalgia a saldo, que inevitablemente empiezas a sentir en el mismo momento en el que te ocurre algo bueno en la vida. Ese saber que en algún momento futuro extrañarás ese momento que estás viviendo. Autoconsciente, añadiría yo.

La otra frase para el recuerdo, que probablemente sea una de las más populares, es aquella en la que el zorro dice “He aquí mi secreto: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. Y es cierto. A veces nos afanamos en apreciar lo material, en aprehender cosas sin darnos cuenta de que lo realmente importante es lo que subyace bajo las mismas. Lo esencial está en el interior de las cosas, en la razón que las motiva, en las cualidades intrínsecas que éstas tienen. A menudo cometemos el error de observar determinadas actitudes con los ojos, sin darnos cuenta de nuestra tremenda ceguera. Ponderamos la importancia de las cosas bajo criterios erróneos, y acabamos tomando decisiones que a la larga se demuestran equivocadas. Vemos, en último término, un sombrero, cuando lo que en realidad había era una boa que ha engullido a un elefante.

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