De cuando en cuando me asalta un
sentimiento extraño, que no llega a ser exactamente de tristeza, pero si de una
cierta pesadumbre. Me refiero a la sensación que me produce la imposibilidad de
descubrir determinadas cosas de nuevo, de revivir la emoción que algunas circunstancias
me provocan cuando las experimento por vez primera. A la angustia que me causa el
hecho de saber que ya no volveré a advertir esa impresión de novedad cuando vuelva
a participar de las mismas, cuando escuche de nuevo esa canción, relea ese
fragmento de un libro, o bese aquellos labios que hasta entonces estuvieron
prohibidos.
Lo cierto es que la primera vez
que ocurre algo, el momento se desvanece de forma automática, se convierte en
una sustancia volátil que no resiste al paso de los segundos. El instante se
evapora, se escurre entre los dedos como si fuera viscoso y huidizo, desaparece
entre la niebla al igual que hacían Rick y Renault al final de Casablanca. El primer
ahora se torna en otrora casi sin quererlo, y la isocronía pasa a ser una
palabra llana y poco más; el momento es inaprehensible y paradójico, pues su
existencia sólo puede explicarse desde su aversión congénita a la durabilidad.
El instante nace predestinado a morir, su acaecimiento es simultáneo a su
desaparición. Se agota simplemente por el hecho de existir.
Y a mí esto me angustia. El hecho
de estar haciendo algo por primera vez, y al mismo tiempo ser consciente de que
ya nunca jamás podré volver a experimentar esa misma sensación con tintes
primigenios, con una cierta vocación de novedad, me provoca un poco de ansiedad.
La imposibilidad de reiniciar el sistema y volver a empezar, en algunas
ocasiones, me genera un cierto desconsuelo. Una melancolía que, al contrario
que el momento que se agota, perdura en el tiempo.
Me angustia saber que ya no podré
volver a ilusionarme por primera vez cuando camine por Nueva York, ni sentiré
la emoción de escuchar por vez primera el Intermezzo de la Cavalleria Rusticana.
Que ya no podré ser ajeno a libros cuyos comienzos me encantaría poder redescubrir
como si sus primeras páginas nunca hubieran caído entre mis manos. Que tampoco podré
experimentar de nuevo la sensación de llegar a conocer a determinadas personas,
ni saborear la novedad de aquellos labios bañados en gintónic. Que ni si quiera
podré volver a escribir por vez primera sobre la angustia que me provoca el
hecho de, no ya no poder revivir determinadas sensaciones, sino la
imposibilidad de volver a experimentarlas desde cero.
O a lo mejor no, porque al fin y
al cabo, ¿qué es una segunda vez sino una primera vez después de la primera vez?
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