Aquella historia que nunca iba a
acabar pero acabó. Una mirada perdida en una libreta en la que apunto cosas que
ya nunca releo. Un compás que de tanto usarlo, dejó de hacer círculos y empezó
a pintar cuadrados. Una foto en blanco y negro que el olvido dejó olvidada en
mitad de un cuarto cuya bombilla ya no luce, ni siquiera en los días de fiesta.
Un poema cargado de tinta, pero muy poco cargado de futuro. Y la bandera de la
intrascendencia que ondea a media asta sin saber muy bien por qué.
Ese olor indescriptible, y sin
embargo tan evocador, que pone de manifiesto que no cualquier tiempo pasado fue
mejor, pero sí aquel que es evocado. Una caja con botones que alguien perdió, y
que otro alguien fue recopilando con los años. Un lugar donde evadirte cuando
el día se vuelve cuesta arriba y no ves el final. Un cartel de una empresa que
ya no tiene allí su sede. Una calle con nombre de ciudad (o casi). Y un portero
muy cotilla con nombre de antropófago que siempre pregunta dónde vas.
Una canción que dice que digas lo
que quieras pero que. Una cuenta atrás que corre hacia adelante porque ya no
espera a nadie al otro lado de una frontera imaginaria. Un virus latente que a
veces vuelve a manifestarse en forma de recuerdo inevitable. Un dulce redondo
que ya nunca como. Un vagón de metro que ya nunca cojo. Y un domingo por la
noche con las luces apagadas y la música encendida mientras pienso que quizás,
mejor no pienso nada.
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