He visto ciudades impacientes,
que te abordan mientras sueñas despierto en medio de una de sus largas
avenidas, y por ello no concibo un retroceso en la idea de exiliarme de mí
mismo un minuto cada día; ni mucho menos de salir corriendo sin motivo, como
quien huye de una manada enfurecida de palabras que persigue sin cesar, algunos
de aquellos, los recuerdos más profundos que habitamos.
He buscado sin fortuna en la embajada de un país con nombre de besos imposibles, algunas sensaciones y otros monstruos innombrables y más bien indescriptibles. Y lo he hecho como si no hubiera un mañana ni un pasado, ni un futuro más allá de hace un minuto. Ni siquiera un debería.
He bebido la nostalgia que emanaba de las fuentes más antiguas construidas por los hombres, de los pozos más profundos donde yacen, los avatares más perversos del destino.
He buscado sin fortuna en la embajada de un país con nombre de besos imposibles, algunas sensaciones y otros monstruos innombrables y más bien indescriptibles. Y lo he hecho como si no hubiera un mañana ni un pasado, ni un futuro más allá de hace un minuto. Ni siquiera un debería.
He bebido la nostalgia que emanaba de las fuentes más antiguas construidas por los hombres, de los pozos más profundos donde yacen, los avatares más perversos del destino.
Y he sobrevivido –sin ti- a un
domingo por la tarde.
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