24 jun 2014

Lo de siempre.



Lo de siempre. No como inexacta medida temporal. Ni como una historia repetida. Ni siquiera como algo que perdura con carácter indefinido sin saber muy bien por qué.

Lo de siempre como frase predeterminada, como reflejo de una fidelidad desinteresada. Como gesto de complicidad a una persona que te entiende, que no necesita más que una mirada para saber lo que le dices.

Lo de siempre como forma de perseverar en una idea aunque te duela, de conseguir permanecer en el retén de la memoria de los otros, de perdurar en el intento de no desfallecer ante la duda que asalta ante algunos espejos vengativos.

Lo de siempre como resumen de un estilo definido, como extracto vital. Como ausencia de renuncia a los propios ideales, incluso cuando el barco se hunda y no quede en él ni el capitán. Como forma de enfrentarte a los problemas.

Lo de siempre como estigma, como restos de un naufragio inevitable. Como símbolo imborrable de permanencia en un estado mental determinado. Como declaración de principios, y como remedio contra finales tristemente anticipados.

Lo de siempre no es más que lo de ayer, visto un día -o un año- después.

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