A propósito de la nada, que es
eso que suele quedar cuando sólo queda el olvido, hace tiempo que vengo manejando
una idea indefinible –por tormentosa- e inconfesable –por osada- sobre el
porqué a veces nos empeñamos en hacer la vida más difícil de lo que realmente
es de por sí. Hablo, entre otras cosas, de ese orgullo que funciona cual
mordaza, y que nos hace reos de todas esas palabras que nunca llegamos a decir,
presos de todos esos “qué ganas tengo de ti” que yo particularmente me callo, y
hasta me olvido de pensar a cambio de prostituir mis sentimientos por un triste
plato de indulgencia conmigo mismo. De paz impostada, si queréis.
Supongo, por buscarle una
explicación lógica a algo que evidentemente no la tiene, que todo responde a un
criterio de autoprotección, a una pérdida de aquel optimismo presumido antes de
ayer, que con el tiempo se convierte en un bofetón a mano abierta de realidad. Como
si de un tiempo a esta parte no existiera ya coraza que haga inmune a los
golpes de la vida a quien presumía levantarse de ellos con fiereza, poniendo con
chulería la otra mejilla a la espera del próximo croché de derechas del destino,
si es que existe ese señor.
A propósito de ese despropósito
de propósitos mal avenidos, y sin valga la redundancia que disculpe ese mal
juego de palabras, el tiempo va pasando, a veces hacia delante, y algunas
tardes hacía atrás; con el único problema de que cuando avanza, con suerte suma
cinco, y cuando retrocede, la vida te come una ficha para contarse veinte de
golpe hacia el pasado. La muy astuta te manda a la cárcel directo dos tiradas, sin pasar por la
casilla de salida, y sin cobrar las veinte mil pesetas –o los ciento veinte
euros, en función de la versión a la que juegues-. Te deja apostado en tu
casilla mientras ves cómo avanzan los demás. Mientras observas cómo otro saca
la tarjeta de la suerte, y se queda con la pasta que quedaba en el medio del
tablero. Y aquí, que cada uno entienda lo que quiera, que yo sé perfectamente
lo que digo.
Y todo esto viene, a que esta
tarde mientras llovía, se me ha ocurrido que quizás hoy ya era hora de dejar de
mirar hacia atrás, por lo menos, hasta mañana por la mañana.
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