25 mar 2014

Vuelva usted mañana.



A propósito de la nada, que es eso que suele quedar cuando sólo queda el olvido, hace tiempo que vengo manejando una idea indefinible –por tormentosa- e inconfesable –por osada- sobre el porqué a veces nos empeñamos en hacer la vida más difícil de lo que realmente es de por sí. Hablo, entre otras cosas, de ese orgullo que funciona cual mordaza, y que nos hace reos de todas esas palabras que nunca llegamos a decir, presos de todos esos “qué ganas tengo de ti” que yo particularmente me callo, y hasta me olvido de pensar a cambio de prostituir mis sentimientos por un triste plato de indulgencia conmigo mismo. De paz impostada, si queréis.

Supongo, por buscarle una explicación lógica a algo que evidentemente no la tiene, que todo responde a un criterio de autoprotección, a una pérdida de aquel optimismo presumido antes de ayer, que con el tiempo se convierte en un bofetón a mano abierta de realidad. Como si de un tiempo a esta parte no existiera ya coraza que haga inmune a los golpes de la vida a quien presumía levantarse de ellos con fiereza, poniendo con chulería la otra mejilla a la espera del próximo croché de derechas del destino, si es que existe ese señor.

A propósito de ese despropósito de propósitos mal avenidos, y sin valga la redundancia que disculpe ese mal juego de palabras, el tiempo va pasando, a veces hacia delante, y algunas tardes hacía atrás; con el único problema de que cuando avanza, con suerte suma cinco, y cuando retrocede, la vida te come una ficha para contarse veinte de golpe hacia el pasado. La muy astuta te manda a la cárcel directo dos tiradas, sin pasar por la casilla de salida, y sin cobrar las veinte mil pesetas –o los ciento veinte euros, en función de la versión a la que juegues-. Te deja apostado en tu casilla mientras ves cómo avanzan los demás. Mientras observas cómo otro saca la tarjeta de la suerte, y se queda con la pasta que quedaba en el medio del tablero. Y aquí, que cada uno entienda lo que quiera, que yo sé perfectamente lo que digo.

Y todo esto viene, a que esta tarde mientras llovía, se me ha ocurrido que quizás hoy ya era hora de dejar de mirar hacia atrás, por lo menos, hasta mañana por la mañana.

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