9 mar 2014

Los domingos por la noche.



Aunque nadie lo sepa, hay un estudio científico de una universidad norteamericana cuyo nombre no puedo revelar en este blog, que ha llegado a demostrar que a partir de las seis de la tarde del domingo, los segundos transcurren a la mitad de velocidad. Ello hace que la percepción del paso del tiempo que tenemos se vea distorsionada, hasta el punto de que las últimas seis horas de la semana, a efectos prácticos, se conviertan en doce horas reales. Sin embargo, y para compensar –dice el estudio-, el lapso de tiempo que sucede entre las doce de la noche y las seis de la mañana, transcurre al doble de velocidad.

Sólo así se explica, según el estudio, que suene a la hora que suene el despertador, siempre tengamos sueño los lunes por la mañana.

Los domingos por la noche –y esto ya no hay estudio que lo refrende- son con mucho, la antesala del despertador de madrugada de los lunes que, cómo no, siempre suena en el mejor momento de la película, que si es mala suele coincidir con el final. Cuando llegan, uno siempre tiene esa sensación de haber dejado escapar el fin de semana con vida, y de una vez más, no haber intentado besar a esa chica que a saber si volverá; o pedirle matrimonio, ya metidos en faena.

Los domingos a estas horas, son esa sensación que queda tras no haber escrito ese email que nunca envías por si acaso alguien decide contestarlo, y de paso remover con fuerza los cimientos de tu vida, justo ahora que empezaba a secarse el hormigón de la estructura.

Las últimas horas del domingo deberían venir en la gran mayoría de los casos con un manual de instrucciones. Con un “Cómo sobrevivir a un domingo por la tarde sin ser devorado por una manada de recuerdos”, o en su defecto, con un manual de contraindicaciones. Por poder, hasta podrían venir con un Delorean y una caja de plutonio, que nos permitieran vivir siempre en un domingo por la mañana constante. Sin horarios y sin prisas. Sin sin embargos que lo embarguen todo de despertador; y con muelles que impidan el giro de las agujas del reloj. 

Sin domingos por la noche, ni lunes por la mañana.


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