A mi amigo José Ramón Cuesta.
Ayer –tópicos aparte- fue uno de
esos días de suerte de la vida en los que al abrir el buzón recibes, no una
carta manuscrita, pero un libro dedicado por un amigo de los que, aunque no
puedes ver tanto como te gustaría, sabes que siempre estará ahí. Se trataba de
un gesto de gratitud innecesaria por un detalle que, al igual que tuve con él, podría
haber tenido con cualquier otra persona digna de ocupar la butaca de al lado y
encaramarse a la barra para beberse el mar conmigo; cosa que, por otra parte,
hicimos juntos durante aquellos años en los que aún creíamos que podríamos
cambiar el mundo. Bendita inocencia ésa, que sólo dan la juventud, y la
ceguera.
La dedicatoria venía a decir algo
así como que, en contra de lo que muchos creen, lo importante en la vida no es
la meta, sino el camino que seguimos para llegar hasta ella, y las personas que
nos acompañan en él, claro. Venía de alguna manera a confirmar una idea de la
que si bien siempre fuimos partícipes, nunca llegamos a tratar de forma expresa
entre nosotros. O quizás sí lo hicimos y yo no lo recuerdo. Ya sabéis, desventajas
de ese olvido aventajado, que es el fatuo alcoholismo con nocturnidad y
alevosía de los viernes por la noche –que más o menos decía aquella frase que
leí en un momento y lugar que nunca alcanzo a recordar-.
Emociones aparte, que puedo
asegurar que existieron, aquellas líneas me resultaron ciertamente evocadoras.
Porque, efectivamente, durante mi vida he ido encadenando metas, una detrás de
otra. Quise ser abogado y lo conseguí. Quise hacer un máster y lo hice. Quise
trabajar en un grande –o casi-, y trabajé. Quise cenar con alguna chica de
sonrisa interminable, y a veces también lo conseguí. Y ahora quiero estudiar un
máster en Alabama, y aún no sé si lo conseguiré.
Dice La Habitación Roja, que “el
camino es lo único importante, me da igual dónde me pueda llevar”. Y yo estoy
de acuerdo en el noventa y nueve por ciento de los casos. En mi vida, que
tampoco es muy larga, la mayoría de las veces he sido capaz de conseguir las
metas que me he propuesto, pero como realmente he disfrutado, ha sido
recorriendo el camino hasta las mismas. Me explico:
Terminé Derecho, pero no recuerdo
especialmente el día en que lo conseguí. Sin embargo, sí recuerdo muchas horas
en la cafetería de la universidad durante mis dos primeros años, y muchas más
en la biblioteca durante los tres siguientes. Como recuerdo las noches previas
a los dos últimos exámenes de quinto, y toda la cerveza que me bebí. Y cuál fue
el resultado. Del mismo modo, conseguí acabar un máster, pero tampoco recuerdo
de forma particular el momento en que lo hice. No obstante, sí recuerdo muchos
jueves después de clase tomando cañas en el San Julián. Y cómo cuando hubo que
hacer el trabajo final, los que a día de hoy seguimos siendo amigos, no dudamos
en ayudarnos compartiendo información entre nosotros. De aquel trabajo en un
grande –o casi-, ya no merece la pena hablar.
Por otra parte, he tenido la
suerte de llegar a cenar con alguna de esas chicas que, además de una sonrisa
interminable, tenían ese algo que tienen algunas mujeres, y que las hace
diferentes de todas las demás. Y en este caso concreto, me vais a permitir que
haga una excepción, pues si bien el camino mereció la pena, no fue menos la
meta.
Dentro de algunos días, no sé
cuántos, sabré si finalmente me quedo en España o me embarco en la aventura de
mi vida. Es posible que la pelota pegue en el palo y esta vez no consiga lo que
quiero, ya era consciente de ello antes de empezar a preparar la enciclopedia
burocrática que he tenido que enviar. Sin embargo, es de justicia reconocer que
todo este camino, todo el esfuerzo que he empleado en estudiar para el TOEFL y
el GRE, todos los certificados que he tenido que enviar, todos los atracos a
punta de palabra que he tenido que hacer a mi tarjeta de crédito, y todo el
tiempo que he invertido en conseguir el sueño más descabaladamente genial que
he tenido en toda mi vida, una vez más, ha merecido la pena.
Porque me ha devuelto una
ilusión, que la consecución de otra meta, me había robado.
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