19 mar 2014

Allá donde habitan las palabras.



La hoguera de las obviedades es esa pira en cuyo fuego, algún día arderán lentamente, no sólo todos esos comentarios que se hacen al albor de algo de sobra conocido por quienes rodean al contertulio, sino también todas esas consecuencias lógicas que cualquiera con medio dedo de frente sería capaz de deducir sin necesidad siquiera de emitir un pestañeo. Es el lugar en el que los convencionalismos, las frases hechas, y la corrección política, se verán reducidos a cenizas, carbonizados por la implacable acción del fuego, como si éste ejerciese una especie de guardia  contra la estupidez diaria –contra la obviedad constantemente reafirmada- que nos rodea.

Tras dicha hoguera, y salvo que alguien diga lo contrario, se obrará como un milagro el renacer de los mismos tópicos que han sido devorados por las llamas. Las cenizas se compactarán de forma aleatoria y voluntaria, y contribuirán a crear de nuevo muletillas que añadir al final de cada frase, comentarios sin gracia alguna que, a algunos, les salen de corrido al escuchar determinadas palabras, como si del pie en una obra de teatro se tratara. Volverán a resurgir todas esas aseveraciones cargadas de retórica, pero vacías de contenido a oídos de un público cada vez menos consciente de lo digno, pero más exigente.

Al extinguirse el último rescoldo de ese fuego, volarán en forma de pavesa sin rumbo, todas las palabras que no han sido pasto de las llamas; todas ésas que escapan de lo obvio y de lo convencional, ya sea por complicadas o por desconocidas. Entonces, cuando ya no quede aire que las ayude en su vuelo, se posarán en algún sitio en el que no tengan cabida los tópicos, las frases hechas, ni los convencionalismos. Donde la corrección política no rezume un olor a hipocresía, y las obviedades se castiguen condenando al silencio a quien las firme. Donde las palabras contribuyan a crear, y no sólo a convencer, a las personas.

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