20 jul 2022

Flirteos de los de antes.

Será que ya no salgo como antes. O que el mundo ha cambiado mucho y yo me he despertado del letargo a mitad de la partida. El caso es que ya no se liga como antaño. No yo, ojo, que nunca me he comido ni media. Pero es que ahora todo funciona a base de catálogo y de ego, de deslizamientos con el pulgar y matches. Cada vez quedan menos flechazos en barras de bar, menos números de teléfono que pedir y surgen más cuentas de Instagram que dar. Es difícil conectar de un modo profundo con nadie ahora que todo son prisas y superficialidad. Y no sé muy bien de quién es la culpa, la verdad. Pero tengo claro que el tránsito que va del amor al sexo suele ser más corto que la travesía que va de la cama al mantel. 

Hace poco, saliendo del gimnasio, vi a una pareja jugando al billar. Él, por detrás de su cintura, le abrazaba sosteniendo el taco mientras ella se hacía la tonta, como si no supiera que la bola ocho es siempre la última en entrar a la tronera. El caso es que yo, que en esto del amor soy un escéptico —excepto los sábados de copas a partir de las doce de la noche—, por un momento vislumbré una luz. Tuve esperanza. Pensé que, entre tanto Tinder y tanta foto poniendo morritos sin camiseta, quizás no estaba todo perdido y aquel pájaro sabía aletear a la antigua usanza. Me hizo tanta gracia la escena que cuando pasé a su lado no pude evitar esgrimir una sonrisa de complicidad. Como si hubiera sido yo el que abrazaba a la tía buena de turno y no aquel cachas apolíneo. 

Hay gente que tiene una facilidad inusitada para la atracción. Yo, tímido y rarito por naturaleza —¿quién coño escribe un blog en época de podcasts?— no he ligado en mi vida. Jamás he sabido ser el tipo que se acerca a la guapa en el bar y le hace reír atolondrada hasta que le apunta el número en la mano. Siempre he querido ser un poco como Will Hunting la noche que conoce a Skylar en aquel bar de Cambridge y se la levanta a un coletas de Harvard, sólo que sin discutir con nadie. Empero, al contrario que él, que acababa con la chica, yo con los años he aceptado, no sin cierta resignación, que la barra no es mi arena. Eso sí, y lo confieso aquí, he fantaseado muchas veces con que sea ella quien se acerque y muy disimuladamente, después de media noche cruzando miradas entre tragos, me deje entre los dedos una servilleta con su número. Por si al día siguiente me da por llamar.


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