Me he pasado media vida enfadado con John Lennon. Como si él tuviera la culpa de que Chapman lo acribillara a balazos a las puertas del Dakota. Años pensando que si no hubiera sido asesinado, a lo mejor habría habido otro álbum de los Beatles. Quizás un reencuentro y una gira. Quién sabe. Tal vez sus últimas palabras a McCartney, “Think of me every now and then, old friend”, no habrían sido las últimas, habrían resonado lo suficiente y se habrían reconciliado. Es posible que una vez hechas las paces consiguieran reunir a George y a Ringo y hubieran vuelto a sonar los acordes de "Love Me Do" en los bajos de The Cavern. O tal vez no.
Hace algunos días comencé a ver Get Back, el documental con el que Peter Jackson ha sacado a la luz sus últimos días como banda. Lo estoy viendo despacio, saboreándolo como pequeñas pildoritas y tratando de añadirle segundos al reloj porque no quiero que acabe; mientras lo veo hay una parte de mí que cree que el grupo sigue vivo. En el vídeo —al menos hasta ahora— se ve a unos genios haciendo música casi sin querer, creando algunas de las canciones más icónicas de la Historia de la música como si aquello fuese lo más común del mundo. Cierto es que no se puede esperar otra cosa de un tipo como McCartney, que soñó con la melodía de "Yesterday" y se pasó semanas tocándosela a George R. R. Martin, a Lennon y compañía antes de adjudicarse su autoría, porque pensaba que la había oído en algún sitio. Pero no.
Hay algo en la mirada de Ringo. Conforme transcurren los minutos, permanece siempre como un personaje silencioso. Alguien que observa, tal vez con una cierta nostalgia futura, los últimos días de aquel grupo de amigos tocando juntos. Una melancolía que vocalizó en el 95, cuando reunidos él, George y Paul, les dijo: “I like hanging out with you guys”. Sus ojos, pegados a un interminable bigote, hablan casi tanto como lo hacen los demás con las palabras. Su manera de mirar transmite un sentimiento que, visto desde ahora, casi sesenta años después, no puede ser otra cosa más que el presagio del final. Mientras que el resto vocaliza lo que quiere, de un modo más o menos explícito, la voz de Ringo sólo se hace patente en momentos muy concretos donde hace constar su aquiescencia con lo que allí sucede. Aquellos ojos expresan una resignación propia de aquel que ya ha interiorizado y asumido la derrota.
A finales de mayo, después de media vida esperando, por fin pude ver a Paul McCartney en directo. Lo hice siendo consciente de que estaba viviendo un momento histórico, que para mí es una forma de disfrutar el doble de las cosas. Y sospecho que durante gran parte del concierto, a sabiendas de que aquello tenía que acabar, compartí esa mirada con Ringo.
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