De un tiempo a esta parte es más fácil ver a alguien en porretas que saber exactamente lo que pasa por su mente. El pudor se ha reenfocado hacia algo más psicológico y mucho menos carnal y ello, como es lógico, ha degenerado en una suerte de dilema existencial para los seres complejos. Donde antes hubo pensamientos, ahora sólo queda piel, lo que tal vez haya desembocado en una ausencia de profundidad—sea esto entendido, no desde el pedestal que otorga la pretendida intelectualidad del ignorante, sino desde la grieta de la alcantarilla a donde se asoma el payaso que observa. Como si la observación le diera a uno acceso prioritario al púlpito de la inteligencia.
Si, como decía el Principito, lo esencial es invisible a los ojos, es evidente que cada día estamos más deslumbrados por lo fulgurante de lo fútil. Un poco como las urracas, que se sienten profundamente atraídas por las cosas relucientes, no necesariamente valiosas. Para estas aves, vale lo mismo un lingote de oro que una moneda de céntimo recién acuñada en la Real Fábrica de Moneda y Timbre. Les da igual el valor, pues lo que de verdad les llama la atención es el brillo. Son como aquellos quinquis de los ochenta que te sacaban una navaja para quitarte una alhaja bañada en golfi de la abuela, pero con alas. No tienen criterio porque no lo necesitan y porque nadie se lo exige. Al fin y al cabo no son más que pájaros impresionables y un tanto folklóricos.
Como sociedad que se supone que avanza, hay una metáfora interesante en esta extraña propensión hacia aquello que reluce, extrapolable sin duda a los tiempos que corren. Ahora lo importante es brillar, con independencia de que uno lo haga como ese valioso lingote o como la insignificante moneda. Lo que verdaderamente es relevante es atraer atención, sin reparar en la pureza del brillo, ni en el medio para conseguirlo. Así, llama la atención que en esta época en la que constantemente surgen de la nada nuevos becerros de oro, no seamos capaces de distinguir, a simple vista, la falta de quilates de algunos de estos tótems. Y lo que es peor, la ausencia de criterio de algunos que se creen cisnes pero en realidad son urracas.
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