4 jun 2022

La feria del libro.

Todos los años, allá por finales de mayo, escogíamos una mañana de finde o una tarde entre semana y nos bajábamos al Retiro. El plan era sencillo: caminar entre casetas y escoger algunos libros, unos cuantos de ellos firmados, para llevarnos de vuelta a casa. A veces, si había suerte, coincidíamos con algunos autores que me sonaban de algo y charlaba con ellos un momento, lo justo para que me estamparan una dedicatoria en la primera página. Así, entre otros, conocí brevemente a Luis Alberto de Cuenca, o a Lorena Berdún, con cuya voz me dormí muchas noches durante los primeros años de mi adolescencia. Fue allí, comprando un ejemplar de Manu, que Ale le preguntó a Jabois cómo se pronunciaba su apellido. Y fue allí también donde descubrí quién era un tipo llamado Salman Rushdie y lo que era una fatwa. Cosas ambas que no me han servido de mucho.

A mí me gustaba ir a la Feria del libro antes incluso de aprender a leer. Allá por el noventa y tantos recuerdo una mañana de sábado en que mi padre me compró la colección entera de Pepa y Misi, unos cuentos muy cortos, con expresiones ínfimas, con los que comencé a unir sílabas. Fue ese, y no otro, supongo, el momento en el que sin saberlo me empecé a aficionar a esto de pasar páginas. Bien pensado, muy probablemente sean esos cuadernitos el origen de todo lo que pasaría después. Siendo causalista, no sería desatinado decir que estoy escribiendo esto porque a mi padre un día se le ocurrió comprarme aquellas historias cortas y simplonas.

Estas semanas, mientras observo en Twitter desde la lejanía cómo la gente va y viene de la feria, con sus libros firmados y sus ilusiones de ver de cerca a sus escritores favoritos, me acuerdo de todas aquellas visitas mano a mano con mi padre. En los últimos ocho años, desde que emprendí la huida, pocas han sido las ocasiones en que he podido pasear por el Retiro entre casetas. Este año, por ejemplo, me habría encantado poder saludar a Garci y que me firmase sus Telegramas cinéfilos. Pero no va a poder ser porque, a pesar del nombre de esta columna —casi semanal—,escribir se ha convertido en algo perentorio este verano. 

No sé lo que me deparará el futuro, ni dónde acabaré después de este año. Pero sea donde sea, me encantaría volver pronto a la feria. Y ojalá que lo haga a firmar. 

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