10 jun 2022

Vuelta a la elipsis.

Una cosa que siempre he apreciado en la literatura del XIX es el gusto por la elipsis. El contar algo sin contarlo, vamos. Relatar un hecho sin más ayuda que la imaginación del lector y que aun así la escena tenga perfecto sentido. Pasa mucho en la novela realista, donde jamás se habla explícitamente del sexo, por ejemplo, pero se sabe siempre que ocurre. Los eufemismos para referirse a ello van desde una puerta que se cierra en Gloria de Galdós, hasta una tormenta que se desata en La regenta de Clarín, pasando, entre otros muchos, por un extemporáneo “vístete y vete”, en La prostituta de López Bago. Todas ellas, situaciones que implican un evento que el narrador, que por defecto todo lo sabe, rehúsa a compartir con su audiencia. No es que las cosas no sucedan, sino que como lectores debemos hacer un ejercicio activo por procesar aquello que leemos para poder comprender el alcance real de la escena. 

El gusto por la omisión, sin embargo, es algo que se ha ido poco a poco perdiendo, no sólo en la literatura —cada vez más explícita para poder llegar a un público más amplio— sino en general en la vida. Hemos atracado el barco en un puerto a cuya entrada se puede leer “Cuanto más, mejor”, pasando así, en algo más de un siglo, del Renacimiento al Rococó en cuanto a niveles de exposición pública. Donde antes no había detalles, ahora parece haber demasiados. No es que se haya abierto la puerta y podamos observar lo que sucede dentro de la sala, sino que hay un constante bombardeo por mostrarnos con todo lujo de detalles lo que pasa. La gente, en su ánimo de sobreexponerse mediáticamente, compite entre sí para ser la más observada. 

En esta época de influencers, instagramers y nuevos becerros de oro, echo en falta que alguien se pare y decida no mostrarlo absolutamente todo. Un retroceso hacia el pasado donde el ego no fagocite cualquier identidad y donde la intimidad tenga un precio bastante más elevado que aquel que le otorgamos hoy en día. No hablo de un regreso al puritanismo que omite todos los detalles, pero sí quizás una reflexión sobre lo que mostramos. Un segundo previo al “Enviar” donde pensemos si realmente al mundo le interesa ver lo que estás desayunando esta mañana. Que por otro lado, en la mayor parte de los casos, no es tan diferente de lo que desayunamos todos. 


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