20 feb 2022

Los besos en el cine.

“El cine, entre otras cosas, nos enseñó a besar. […] El cine nos enseñaba a besar en primer plano.”



Dice Garci que la primera vez que besó a una chica —una tal África, recuerda— fue en el Parque del Retiro de Madrid y que se quedó paralizado esperando a que sonara la música, como en las películas. Para su sorpresa, no hubo cuarteto de cuerda alguno que entonara ninguna melodía, ni cámara que enfocase en un plano detalle los labios de ella. Fue entonces cuando descubrió que, al contrario de lo que le habían hecho creer todos aquellos largometrajes que veía en aquellas salas vetustas de la Gran Vía, existían dos vidas: la suya y la del cine. Ambas, dice, estaban comunicadas. De ahí que con el tiempo acabase considerando a este último como una vida de repuesto

Hay una escena en Los peores años de nuestra vida en la que Alberto, el personaje protagonista, interpretado por Gabino Diego, le dice María, que es Ariadna Gil, que no entiende cómo dejamos a la improvisación algo tan importante como lo que se dice en una cita. Así que, sentados en un bar, ni corto ni perezoso, agarra un taco de servilletas y empieza a escribirle las respuestas. A cada frase que dice él, allí tiene ella sus líneas preparadas. El método es infalible, claro, y así se lo hace saber su interlocutora. En un momento dado, cansada de tanta preparación, María decide quemar una de esas servilletas y, con una sonrisa, le mira a la cara y le suelta: “No digas nada, confía en mí”. 

A diferencia de lo que sucede en la película, en la vida no existe guion. Vamos, que si la cagas la cagas. No hay posibilidad de reescribir la toma ni de escoger el final de la trama. Si estás flirteando y la cosa sale mal, no puedes pedir que corten y vuelva a sonar la claqueta, como decía Javier Aznar hace poco en uno de los episodios de su podcast. La realidad no permite añadir música al montaje ni repetir la grabación de la secuencia. Viene como viene. Y al contrario que el cine —he aquí una ventaja que se agradece— los besos suelen ser de verdad, aunque no vayan seguidos de fundido a negro ni suene un tema de fondo. 

La vida, como le decía Alfredo a Totó en Cinema Paradiso, no es como las películas. Es más difícil. Sin embargo, existen momentos de escapismo. Instantes en los que como dice Garci, ambas vidas, la real y la del cine, se confunden. Por ejemplo, en el segundo que precede a un primer beso real. Es como si la tierra dejase de girar. Como si automáticamente bajase la intensidad de los focos del mundo y un haz de luz iluminase la escena. De repente el entorno cambia, el ruido desaparece y el resto de las personas no existe. Suena música, una banda quizás. Y de pronto allí están ellos, los dos únicos habitantes de cualquier galaxia conocida, frente a frente, sabiendo que sí, que va a pasar. Ese es el instante en que la vida se mezcla con el cine. Justo cuando se produce la constatación tácita y mutua de que acabará sucediendo lo inevitable y, como en las películas, terminarás besando a la otra persona. Y ese momento se parece bastante a la felicidad. 

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