Algo que no venía recogido en el prospecto de la modernidad es que uno de los efectos secundarios del futuro era la pérdida de la esencia. Que con la llegada del progreso, que por cierto nunca acaba de llegar, estábamos mostrándole la puerta de salida al alma de las cosas. Sólo así se explica que cada vez más existan menos diferencias entre sitios que otrora jamás habríamos podido confundir. Ahora da igual donde te encuentres, pues el mundo ha decidido parecerse, evolucionar inexorablemente hacia una misma imagen. Las ciudades, que siempre han sido seres vivos, diferenciables unas de otras, son ahora espacios fungibles donde las calles se podrían intercambiar como piezas de un Lego. Cada vez son menos esos sitios que transportados piedra a piedra no encajarían a la perfección en la estética del lugar de destino. Y lo mismo se puede decir de las ideas.
En este contexto, el futuro ya no es una simulación. Vivimos en él. Nos relacionamos en él. El abrazo a todo aquello que define lo moderno pasa por una paulatina disolución identitaria, por la pérdida de ese algo que nos define como lo que somos. La esencia de la modernidad es, paradójicamente, la ausencia de esencia. A día de hoy, la estética le ha ganado la batalla al argumento, como si la vida fuese una película mala de Netflix. No importa que lo que representes sea una mierda, literalmente, si lo haces utilizando luces de neón. La trama es lo de menos, lo importante es que de puertas para fuera todo tenga colorido, que aumentes la saturación para que la luz desvíe al ojo de los defectos evidentes de la escena. Tenemos el poder de construir nuestra propia realidad ficticia, pues podemos proyectar la imagen que queramos. Da igual que se ajuste o no a la verdad de la experiencia. Que sea más o menos cierta. O eso creemos, pues no hay filtro de Instagram que maquille la amargura.
Vivimos en el reino de lo superficial. Para qué vas a indagar en algo si es más fácil digerir información que te llega masticada. Pensar por uno mismo, salirse de la norma imperante se ha convertido en un acto de resistencia personal y política. Ahora lo punk es tener ideas propias y capacidad de disentir. Si el pasado, como decía L.P. Hartley en The Go-Between es un país extranjero, un lugar donde se hacían las cosas de manera diferente, el futuro es un horizonte donde todo tiende a la homogeneización. Vamos enfilados hacia el abismo de lo impersonal. Así que, ya que no podemos devolverle hojas al calendario, habrá que sentarnos en las manecillas del reloj cuando den las nueve menos cuarto y evitar así el paso del tiempo.
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