El otro día me preguntó mi madre muy seria –tanto que casi
me llama por mi nombre- qué quería que me regalasen los Reyes Magos este año. Yo,
que soy un caprichoso de manual, respondí de forma muy sincera que en realidad
no quería nada, que ya tenía todo lo que podía desear, y que no necesitaba
ningún regalo en particular. No fue un gesto de impostura, sino más bien un
signo de que realmente cada día tengo menos aprecio por lo material, y un poco
más por las cosas intangibles; consecuencia, imagino, de hacerse mayor. El caso
es que me hizo reflexionar sobre lo que de verdad me gustaría encontrarme el
día 6 por la mañana en el sillón, y aquí estoy, dándole a la tecla.
Sonará a cliché si escribo que lo único que apreciaría
recibir es salud. Pero no lo es, porque ni siquiera la quiero para mí, sino
para quienes me rodean. Pido vitalidad por doquier para todos aquellos a los
que me gustaría seguir disfrutando mucho tiempo, que tengan una vida sin
sobresaltos y sin hospitales, sin cinco pastillas al día, y sin controles
rutinarios. Quiero que vivan una vida plena, sea o no conmigo cerca, y que no
tengan que preocuparse de si se les olvida o no darle un golpe a la tableta.
Una existencia sin angustias y sin penas. Sin desvelos. No voy a caer en la
ambición de pedir una vida feliz, pero sí al menos carente de afecciones.
Si digo que lo que quiero es un trabajo sonará también a
tópico; pero lo quiero. No aspiro a hacerme millonario de la noche a la mañana
con un golpe de suerte, pero si espero tener la fortuna de encontrar un empleo
que me guste cuando regrese en mayo para quedarme a este lado. Uno que suponga
un reto desafiante para mí, y en el que contribuya a mejorar la vida de las
personas; uno que me traiga más satisfacciones que quebraderos de cabeza, y que
me obligue siempre a dar lo mejor de mí. Que me permita vivir la vida que quiero,
y empezar a hacer un doctorado en Derecho al mismo tiempo, que por si no lo había
dicho, es mi próxima parada. Quiero, en definitiva, un trabajo que sea un medio
y no un fin.
Ya puestos a pedir, me gustaría tener, además de salud y
trabajo, amplias dosis de fuerza y sentido del humor. Fuerza para afrontar los
momentos complicados, porque de alguna u otra forma siempre acaban aflorando,
sean o no esperados. Para poder tirar del carro cuando vengan mal dadas, y
ejercer de tracción trasera sobre aquellos que a veces se quedan parados
alrededor de mí. Para avanzar yo, y ayudar a avanzar a los demás. Y pido
sentido del humor, porque siempre hace falta. Porque alguien dijo alguna vez
que lo último que se pierde es la esperanza, pero es mentira; es el sentido del
humor. Porque cuando se tiene éste, se afronta mucho mejor la ausencia de
cualquiera de las otras cosas que, como ya he dicho, me gustaría encontrarme el
día 6 por la mañana en el sillón.
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