8 ene 2016

La tentativa inidónea del olvido.



Debido a mi formación jurídica, de alguna manera me paso la vida –incluso ahora que ya no soy lo que fui- observándolo todo desde el punto de vista que lo haría un amigo de la toga. Tan pronto me veo analizando las estructuras de propiedad existentes en El Palmar de La Albufera en Cañas y Barro mientras lo leo, como trato de aplicar conceptos jurídicos a situaciones cotidianas de la vida sin encontrar nunca una respuesta ni acertada ni justa, paradójicamente. Problemas de ser juez y parte, diría yo. 

Desde hace algún tiempo vengo analizando el porqué de un hecho que se prolonga en el tiempo y el espacio de forma casi indefinida, hasta el punto de que he acabado encontrándole una explicación o una semejanza jurídica a algo que evidentemente no la tenía ni de lejos. Sin embargo, como los límites de la imaginación son infinitos, más en mi caso cuando se trata de inventar teorías infundadas, he llegado a la conclusión de que el problema de todo ese porqué que se prolongaba sine die era precisamente lo que voy a contar a continuación.

En el derecho penal existen diferentes grados de comisión de un delito. Por un lado está la consumación, que significa que el delito se ha cometido por completo. Y por el otro está la tentativa, que supone precisamente que el delito no se ha consumado, es decir, que no se ha llegado a cometer del todo. Dentro de la tentativa existen diferentes subtipos: está la acabada, que es aquella en la que el delincuente hace todo lo que puede para que se consume el delito, pero por mor de una fuerza ajena a éste, el delito no se llega a consumar. Está también la inacabada, que es aquella en la que el delincuente nunca llega a consumar el delito del todo por sus propios medios. Y luego está la inidónea, que consiste en tratar de llevar a cabo un delito a través de una conducta que no representa ningún tipo de peligro real: tratar de envenenar a alguien con azúcar, por ejemplo. Y es precisamente de toda esta reflexión de donde viene el título de este libro. 

Supongamos que el olvido fuera un delito tipificado en el código penal –debería serlo en algunos casos-, y que yo soy el delincuente que lleva una larga temporada decidido a cometerlo. Imaginemos que durante todo ese tiempo llevo poniendo cuantos medios tengo a mi disposición –inclusive mudarme de país- para llevar a cabo dicho ilícito penal, y que sin embargo ni aun así soy capaz de llevarlo a cabo. ¿Por qué no lo he cometido aún? Pues, existen varias posibilidades. La primera de ellas es la tentativa acabada, es decir, que pese a hacer todo lo que puedo por cometer dicho delito de olvido, hay un agente externo, un tercero que hace algo para evitarlo. La segunda es la inacabada, que no parece que sea la aplicable al caso que nos ocupa. Y la tercera es la inidónea, que es en la que evidentemente me voy a centrar. 

Si buscamos un equivalente a tratar de matar a alguien envenenándole con azúcar, posiblemente para el caso del delito de olvido, éste sea tratar de olvidar a base de recordar constantemente. De este modo, no parece que escribir cientos de líneas sobre alguien sea la mejor forma de olvidarle. Y es de ahí de donde viene el título del libro. La tentativa inidónea del olvido representa eso: la imposibilidad de cometer un delito determinado precisamente por estar utilizando los medios equivocados –radicalmente opuestos diría yo- a los que habría que usar para cometerlo. La imposibilidad de olvidar a alguien deriva justamente del hecho de que los medios que se han seguido para el olvido han sido absolutamente inadecuados. Escribir un libro de recuerdos no es, en modo alguno, la mejor forma de borrar de la memoria a nadie. 

Por eso, la tentativa inidónea del olvido recoge precisamente todos los medios escritos con los que algún día traté de olvidar a la persona sobre la que escribía, sin darme cuenta de que lejos de cometer un delito de olvido, lo que estaba haciendo era precisamente acrecentar un universo de recuerdos. Porque no me di cuenta de que la forma de olvidar era justo la contraria: entregarme de lleno a un delito jamás tipificado que, desde la publicación de este libro, ya nunca jamás cometeré. El delito del olvido. La desmemoria de aquello que viví.

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