9 mar 2022

Diario de un impostor - V.

Escribo porque hoy no debería poder escribir. Y sin embargo puedo.


Esta mañana al despertarme sentí una paz inusitada, impropia de alguien que se dirigía a un quirófano, supongo. He pasado tantos años pensando que tendría que vivir con una mano y media que una parte de mí ha asumido que iba a ser así para siempre. La posibilidad de poder hacerlo con una y tres cuartos me resulta tan atractiva que se me ha olvidado lo que conlleva una cirugía y un postoperatorio. Al final, el resultado de un test que no llegaba me ha dejado sin grapas, sin cicatriz y sin vendaje aparatoso. El jueves vuelvo a intentarlo. A ver si esta vez sirve para algo el madrugón.


En algún momento del día, no sé muy bien por qué, he recordado que mi abuelo Paco coleccionaba relojes. De pulsera, de bolsillo, de mesa. Tenía vitrinas enteras, repletas de manecillas que giraban casi al unísono. Cuando cambiaban la hora pasaba una tarde entera limpiándolos, retrasando o adelantando las agujas según fueran los designios estatales. De repente me he dado cuenta de que mi absoluta obsesión con la puntualidad muy probablemente venga de él. Como tantas otras cosas.


Una idea que me asalta con frecuencia: parece que ahora hay que tener opinión sobre todo. Y yo cada vez opino menos porque siento que en el fondo a nadie le importa lo que piense. 


Otra. Existe una paz suprema en ver cómo duerme una persona que quieres. 


Esta tarde estaba viendo una película española y de pronto me ha asaltado un pensamiento: a mí la cerveza donde mejor me sabe en el mundo es en Madrid. Da igual la marca, en realidad. Pero hay algo en bebérmela allí. Y sea lo que sea, lo echo de menos. El sabor. La compañía. Pasear de noche sin tener muy claro el rumbo, haciendo tiempo hasta que se desvanezcan sus efectos. Si mañana me encontrara una lámpara mágica y el genio me concediera sólo un deseo sería ese: tomar unas birras con amigos en Madrid.


Ayer, huroneando en Netflix me asaltó a traición Mejor imposible. Hay un momento en el que Melvin mira a Carol y le dice: “You make me wanna be a better man”. Y yo creo que no hay mayor definición del amor que esa: hacer que uno quiera ser mejor persona. 


La regla del cruasán. Durante años he tratado de encontrar pautas que definan mi estado de enamoramiento, conductas que indefectiblemente me hagan comprender que he perdido la cabeza por su amor, como cantaba Calamaro (fuese quien fuese el autor). Y por más vueltas que le doy al tema siempre llego a la misma conclusión: sé que estoy enamorado si, cuando me despierto pronto un sábado por la mañana y ella aún duerme, salgo de casa a comprarle el desayuno que sé que le gusta. 


Última. Llevo tiempo pensando por qué escribo y he llegado a la conclusión de que en el fondo no lo hago tanto por que me lean como porque me entretiene. Como casi todo lo que hago en la vida, por otra parte.

1 comentario:

  1. Eres muy buen dietarista, Miguel. Espero que estés bien. Y qué cierto lo de la cerveza en Madrid.

    Un saludo y cuídate!

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