Se va Ramos y arde el Madrid huérfano de capitán. Y al fondo se ve a Nerón llorando sobre las cenizas de Roma. Las mocitas madrileñas, ni alegres ni risueñas, ven hoy cómo vacía su taquilla el tipo que cambió la Historia para siempre. Y nosotros, que a buen seguro habríamos estado dispuestos a poner aquella peseta que reclamaba Lola Flores para cubrir la diferencia entre la oferta y su demanda, vemos irse al niño aquel que un día se plantó el Bernabéu para hacerse mayor. Para hacernos a todos mayores. Se va y deja un legado, que es mucho más de lo que muchos jamás haremos. Y por el camino, mientras le vemos alejarse, pasan frente a nosotros, como en una cinta de súper 8, todas aquellas noches gloriosas que nos ha regalado en los últimos 16 años. Ya nadie jamás volverá a llevar el 4 como si fuera un cuatrocientos. Con su marcha no sólo se va un central que detuvo el tiempo una noche de mayo, sino que se acaban los mejores años de nuestra vida. Vuela alto, Sergio. Y vuelve pronto.
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